martes, 3 de septiembre de 2024

Reseña de "La Estrella del Norte: La Rueda del Destino"

 


¿¡Por dónde empezar!?

Desde la primera página me encontré con lírica; debería ser lo normal en literatura, pero ya vemos que se ha convertido en una excepción. No dejaba de ser prosa, con un buen dominio de las rimas y otras figuras literarias. Me recordó a la lírica medieval de los trovadores. He aquí un símil que destaqué:

 

«Las gotas caían desde la hoja manchando la nieve como amapolas en el invierno».

 

Parecía seguir en esa línea hasta el final, pero conforme madura la historia también lo hace este lenguaje que torna a la prosa con menos florituras, tal y como la concebimos. Ello no quiere decir que echemos en falta figuras literarias, un registro adecuado a la ambientación y esa literatura de calidad tan ausente en títulos contemporáneos, al fin y al cabo. Por puntualizar algo, abundan tiempos verbales pasivos, como por ejemplo «había estado» en lugar de «estuvo», pero esta es una minucia que no afecta a la lectura fluida. Por cierto, lo empecé en el primer trimestre y lo he terminado ahora que comenzamos el último, pero no ha sido por el libro sino porque los e-books en el móvil me cuesta la misma vida. Y para que veáis si es atractivo, en ningún momento he perdido el hilo y mucho menos el interés por avanzar. Todo en esta obra: desde las ilustraciones hasta las tramas y los personajes me han enganchado desde la primera página; aunque parezca contraproducente por lo que os decía. Mención aparte merece el wordbuilding con pueblos como la tribu de los idus, sistemas de magia como aquella que brota de los tatuajes, peculiaridades de los personajes como los nocturnos que son de piedra y no pueden sentir emociones (o eso parece…) o los shiracks que me han recordado a los patronus, razas como las shashas, la política bajo el yugo del emperador y el dios; entre un sinfín.

Vamos a por el foco de este comienzo de saga que está, precisamente, en las tramas y los personajes. No os preocupéis que no voy a spoilear nada.

 

Antes de nada, debéis saber que, en este primer volumen, La Rueda del Destino, se siguen varias historias con sus diferentes personajes. Se comienza con una buena presentación de los diferentes personajes que protagonizarán sus respectivas historias. Por una parte, tenemos a la tribu de los Idus, que, por cierto, me ha gustado la originalidad de encontrar una tribu en fantasía cuando estamos acostumbrados a la fantasía medieval. La armonía se quiebra cuando despierta un nocturno y villano —o no, según se mire— llamado Dorkstra ante Iksha, de la tribu de los idus. Con la aparición de Dorkstra, hijo de una shasha y nieto de Morgana,  arranca las historias que al final se unirán.

El oráculo Morgana, y también una nocturna, llega a las estancias del dios Sol, quien, personificado, quiere leer el mensaje que porta, así como sonsacarle el secreto de los nocturnos, pues cuya magia se transmite libremente sin la barrera de los tatuajes. Pero, sobre todo, el oráculo porta una profecía: los gemelos nacidos de la reina Shasha serían los herederos de la deidad.

La historia continua con la joven hechicera Swanna y su protegida lady Helena. Terminan en el Castillo de Luz que rige el emperador; aliado del dios Sol. Y al igual que el dios, tratará de descifrar en la hechicera pelirroja la fuente de su poder y la profecía: el fruto que le dé una shasha tendrá el don de la curación y, según la reina Sahsha, el emperador que se case con una mujer pelirroja será quien gobierne el mundo; razón para retener a Swanna de la manera que imagináis. Además, ella es hija de una shasha.

Swanna ve la oportunidad de vengar la muerte de su padre cuando se encuentra frente al asesino: el mismísimo demonio, nocturno y oráculo Dorkstra. Sabed que Swanna es una guerrera. Pero La Rueda del Destino cobra al final más significado que nunca. El destino es caprichoso. Lo que pasa entre ellos estoy tentado a contarlo, ya que te deja más de piedra que un nocturno, pero evidentemente os invito a que lo descubráis en el libro.

Tras un final que no te esperas (y ya viene de páginas atrás donde la emoción hace que te muerdas las uñas) en el epílogo se recuerda el principio que además liga con el final para cerrar una figurada rueda. En una de las historias que surgen en el desenlace señalo la influencia tolkieniana de la autora —aparte de lo que podéis observar a lo largo del libro—: una historia inspirada en el romance de Aragorn y Arwen donde ella llora hasta su muerte junto a la tumba de piedra de su esposo y rey; además, ella vive muchísimos años más que él. Ya llegaréis a saber quién es Mina.

De nuevo cobra sentido esa rueda donde el principio y el final se funden. Lo que no te esperas (es la primera vez que me lo encuentro) es un capítulo extra después del epílogo. Lo percibí como un detalle de la autora; como esa «¡Otra! ¡Otra!» al final de un concierto.  El broche de oro anticipa la historia del segundo libro de La Estrella del Norte: Combates de Fuego y Noche. Las tramas se cierran, pero no del todo, por lo que te deja con esas ganas de saber más en el siguiente volumen.

 

Espero que le deis una oportunidad porque, ya os guste la fantasía, el romance que vais a encontrar aquí y los toques de realismo, la pluma de la autora, y también ilustradora, hará que os transportéis al mundo de Goddard y os sintáis en la piel de los personajes o en la piedra de los nocturnos. Yo he amado —incluso con los enemies to lovers—, he reído con el capitán Cara Caballo, he odiado, he sentido las injusticias y el dolor en mi propia piel, la traición y también he luchado al lado de los justos. ¿Quién no espera esa inmersión en los libros? Nos diré más. Leedlo y experimentadlo por vosotros mismos.

Gracias a MK Gaes por crear esta maravilla y por pensar en los lectores regalarnos detalles como ese capítulo extra y el agradecimiento por llegar al final, entre tantos. Hay joyas de la literatura autopublicadas que merecen una popularidad a la altura de los grandes clásicos que ya conocemos. Cuando leáis el libro lo entenderéis. 

Disponible en Amazon.

Os recomiendo visitar el blog de la autora para conocer más, y no solo acerca de la saga La Estrella del Norte.

viernes, 16 de agosto de 2024

"En los confines de Cádiz"

 Aprovechando la época estival, hoy os traigo esta marina que pinté hace cuatro años. En el confinamiento nos moríamos de ganas por volver a viajar y un escape nos lo proporcionó el arte en su expresión tanto plástica como literaria. En ese contexto, la definición de "arte" cobraba su máxima expresión. 

Por cierto, desde entonces, en el verano de 2019, como veis en la foto que me inspiró la acuarela, no he vuelto por mi amada Ciudad que Sonríe. Hasta que vuelva a pisar las arenas de La Caleta y pasear por el malecón que va a morir en el presente castillo de San Sebastián, el arte me permitirá estar allí siempre que pinte o escriba sobre los rincones de la Tacita de Plata. ¡Y vaya rincones que no solo encandilan sino que dan rienda suelta a la imaginación! Entre tantísima historia, se cree que aquí se erigía el templo del dios fenicio Moloch, en donde se sacrificaban bebés. En el castillo de Santa Catalina se consagró el templo a la diosa Astarté.

En los confines de Cádiz, así la titulé. Está pintada con acuarelas en tubo de la marca Artix, compradas en un bazar junto con los pinceles y el bloc de acuarela de la misma marca, con papel de 180g, granularidad gruesa y formato A4. 

La foto en la que me inspiré:

 Espero que os guste. 

¡Hasta pronto!

martes, 9 de julio de 2024

Presentación de "El Chaparral"

 


¿Por qué he escrito la novelita que vengo a presentaros? Por mi familia, por supuesto. Pero os voy a contar el verdadero origen. Como ya sabréis, con motivo de las fechas navideñas publiqué en Amazon La Navidad de los ambulantes. Me ilusioné porque alguien compró el e-book en preventa y a los días me lo encontré tanto en Babelio como en Goodreads. Pero hasta ahí mi gozo en un pozo. Por no emplear una palabra malsonante, digamos que fue un fracaso y lo sigue siendo. De hecho, le doy las gracias a la única lectora y escritora que está por lanzar su novela: Elena Franrey.

Pasadas las fiestas ya vi que no tenía mucho sentido y menos probabilidades de ventas; aunque siempre digo que esa novela social se puede leer en cualquier época del año. Menos mal que no invertí en un ISBN (45 pavos por formato). Se me quitaron las ganas de difundir y seguir promocionando. Se me quitaron hasta las ganas de comprarme un ejemplar (ni siquiera a día de hoy lo tengo). Ahora sí que digo que lo mandé todo a tomar por culo. Entonces me despaché a gusto con la entrada, cuya especie de currículum que sirvió de ilustración fijé en mis perfiles. No voy a extenderme y repetir lo que podéis leer ahí si tenéis interés.

¡Quién no conoce Aquí no hay quien viva! Hay una escena en la que Emilio hace un puzzle para relajarse, una pieza no encaja, él empecinado, le dice Juan Cuesta:  «Emilio, esa pieza no va ahí» y él responde: «Esto entra aquí por mis huevos. Ea, ya he terminado el puzzle». 


 

No es un origen muy bonito para el libro que os presento hoy pero es que fue ese coraje lo que me impulsó. Soy sincero. En mi caso, después de despacharme a gusto con esa entrada, pensé: «¿que no se vende? No pasa nada, yo escribo otro. ¿Que todavía no me lee ni el Tato? Escribo otro. Si hago lo que me apasiona». Si algo bueno saqué del libro navideño fue aprender a autopublicar en Amazon. Esa democratización la valoro más aún cuando me imagino a los antiguos escritores que enviaban sus manuscritos a incontables editoriales y tenían que tragar los rechazos. En este caso, si obra y autor fracasan, al menos que no se pierda dinero. De los errores se aprenderá y lo importante es seguir cuando tienes claro lo que quieres.

Esta introducción era muy importante y no podía comenzar a hablaros de El Chaparral sin empezar con esto. Dejo para el final algo que liga con este origen, como si fuera una respuesta. Ya sí que voy al grano.

Mi madre lleva toda la vida hablándome de sus vivencias cuando con mis abuelos vivían en una de las casillas de Renfe que, además, aparece en la novela. También esos recuerdos como el juntarse los niños venidos de los cortijos más dispares (por ejemplo, desde Torres Cabrera que distaba a unos siete kilómetros), se bañaban en el río Guadajoz, sociabilizaban los vecinos como si fueran de la misma familia y vivían en contacto con la tierra; con la naturaleza. Hay un detalle que dice mucho. Mi madre recuerda con pesar cuando se trasladó a la ciudad y le costó adaptarse. El detalle fue que contó con un televisor, pues en esas casillas se alumbraban hasta con quinqués y candiles, y desde entonces le encanta Heidi porque se veía a sí misma. 

 

En casa conservamos esta tablilla que representa a Heidi y a Pedro. Se lo compró mi abuela a mi madre en esa época por la consabida admiración al sentirse identificada.

También conservamos este candil que utilizaba mi familia en la casilla de El Chaparral. Observad la mecha que se empapaba de aceite y se regulaba la intensidad de la llama con esa ruedecita; ya dentro de una tulipa. Quedó esta reliquia como un vestigio de la época que plasma este libro.

En la casilla de El Chaparral tenían hasta una cabra en el corral que les proporcionaba leche. Lo que reflejo en el libro es el contraste entre esa vida rural y la urbana, en una época en la que el campo terminaba de despoblarse. Un signo curioso lo vi en ortofotos al comparar los cortijos que salpican el entorno a ver en la actualidad alguno dedicado a almacén de maquinaria agrícola, los más desfavorecidos en ruinas y uno protagonista en el libro como es el Haza del Carrascal quedó reducido a una palmera. Estaciones en mitad del campo como era El Chaparral daba servicio tanto a los ferroviarios como a las gentes del lugar, hasta que las paradas de los trenes dejaron de tener sentido. Además, el abuelo y jefe de estación le recalca al nieto que, como servicio público de una empresa estatal, desde la factura de la luz de la estación hasta el gasto que generan las circulaciones de los trenes sale del bolsillo de los contribuyentes.

Este es otro tema que se trata en la parte de ensayo (sí, he escrito un ensayo-ficción que es un nuevo género literario). En zonas rurales, incluso ahora en poblaciones importantes, el tren era fundamental para mantener las comunicaciones con el resto del territorio a través del transporte colectivo; preferente al vehículo privado. Ya no solo que a estas regiones de un plumazo les quiten su principal medio de transporte, sino que un servicio público y social esté a la altura. No sé vosotros, creo que lo veréis de la misma forma, pero yo creo que un ciudadano de Trujillo (Cáceres) no es de segunda y otro de Madrid o Barcelona de primera. Con esta zona ejemplifico muchas otras regiones en España como las olvidadas Extremadura (donde te montabas en el tren y era una aventura porque lo más probable era que lo evacuaran en mitad del campo porque salía ardiendo), Galicia (donde al menos los trenes de vapor ya no circulan sino que están expuestos en el museo de Monforte de Lemos), Teruel (donde, como si fuera un chiste, echaron una carrera un tren y un tractor y ganó el tractor), la pobre Jaén y también Granada y Almería. En el libro, por proximidad a El Chaparral, se centra en otras de las regiones olvidadas de nuestra geografía como es la Vega de Antequera y La Campiña sevillana. En este libro está muy presente el lejano Oeste y, al compararlo con esta zona, de manera irónica hago alusión a la peña que llaman por su forma «El indio acostado».

La otra parte de ensayo aborda la protección del patrimonio histórico. El Almería en 2020 se eligieron las siete maravillas candidatas a ser protegidas bajo la declaración Bien de Interés Cultural. La más votada fue la estación de Huércal-Viator, del mismo arquitecto, José Fernández Martínez, que la de El Chaparral y una de las idénticas. Otras dos, también en la provincia de Almería, son Cerro Saltador y Las Manchegas que las declararán BIC cuando ya se vengan abajo. La otra es LosPrados, a la entrada de la ciudad de Málaga. Ya digo que todas son de semejante factura, con algunas diferencias menores, pero con el mismo valor histórico. De las cinco, El Chaparral quedó como un abandono en mitad del campo, a su vez un peligro para los que se aventuraran, y nadie tenía interés en un edificio desconchado al que se accedía por un par de caminos. Adif, propietaria del patrimonio, en acuerdo con la Gerencia Municipal de Urbanismo de Córdoba, en 2021 procedió a su demolición. Como ocurre con estos edificios que, por muy históricos que sea, si nadie los quiere… La diferencia está, precisamente, en que se los valora cuando se emplazan en un núcleo urbano. En una ciudad los vecinos lo destinan al uso que sea y, por tanto, muestran interés y hasta valoran el carácter histórico. ¿¡Quién va a querer un montón de escombros donde Dios perdió el mechero!? Pretendo que veáis ese montón de escombros como testigos de una época llena de vida. Esa es la esencia del urbex. Por supuesto que Kibara tiene en el libro el lugar que merece junto con su lema: «El milagro de viajar en el tiempo sin tener una máquina». Este es uno de los sentidos por los que este libro es una cápsula del tiempo.

Con estas reivindicaciones, críticas, denuncias —como queramos llamarlo—, pasamos a la sátira aquí muy presente, junto con el humor sano que, como dice la sinopsis, aflora en los mejores momentos. Hasta el narrador se marca sus puntazos. En concreto pretendo reflejar el humor andaluz que conocí en mi familia de la baja Andalucía; también me he documentado para el propio de Málaga. Por ejemplo, expresiones como «chorraera» o «tienes más mala cara que los pollos del Pryca». El humor también es el reflejo de una sociedad sana; sí, con sus más y sus menos, pero una sociedad que se apiñaba como una familia; esas gentes que se reunían al fresco en las puertas de las casas o en los bancos de estaciones como esta.

Esta parte liga con la ambientación que es un personaje más, y protagonista. Sin contar la elipsis al final, se ambienta en 1987. Lo ha escrito un ochentero, no solo de nacimiento. Os empleo el «muestra, no cuentes» para decir mucho con un solo detalle: consultaba a menudo Yo fui a EGB. Junto con darle importancia desde marcas, los mismos artículos de la época y hasta citar retransmisiones de TVE como la carta de ajuste, quise terminar de otorgarle ese sabor que he pincelado con el acervo popular. Para quienes no hayan conocido la época de la carta de ajuste, aquí tenéis una muestra, además, en agosto del 87; tiempo en el que se ambienta la novela. Este fue uno de los vídeos que me sirvieron para documentarme:


 

Valga un detalle como son expresiones que escuchaba de mi familia: «quedarse uple» o su sinónimo «púo» (significados que encontraréis en el libro) no las he encontrado ni en Google. En ese aspecto os muestro algo exclusivo y a la vez inmortalizo algo que se perdería en la memoria. En general he volcado mis vivencias en Antonio José; por tanto, sus abuelos son los míos. En este aspecto ha sido una forma de devolverlos a la vida.

El último punto por destacar es el más emotivo y con tanto peso como la propia ambientación. Ya que hablamos del protagonista de once años, Antonio José, llega a El Chaparral como cualquier crío que acostumbra a dejarse la comida en el plato si no es de su gusto, al que se le antoja todo lo que ve en un escaparate y tiene muchos pajaritos en la cabeza. A través de historias los abuelos y demás personajes le enseñan a valorar algo que para él es tan básico como un plato de comida en la mesa. Algunos relatos sí que son más recreativos, pero la mayoría procuran esas enseñanzas que contribuirán a la madurez del niño, por tanto, al arco evolutivo del personaje. No solo él, sino que la mayoría de los personajes tienen su profundidad; hasta algo a priori tan inerte como puede ser un lugar, un ambiente. La intención es trasmitirlo a los lectores más jóvenes. Al publicarlo en Amazon elegí una edad mínima de 13 años porque en ocasiones los personajes son malhablados y puede que no sea apropiado. Pero cada niño es un mundo. Mi recomendación es que lo lean los padres y valoren si sus hijos pueden leerlo o no.

Para culminar este punto emotivo, y también los que he destacado, se rinde homenaje a personalidades a las que Dios les dé muchos años y otras que embarcaron al tren sin retorno.

Y ahora viene lo que dejaba caer al principio. Durante el proceso, a la par que mostraba algún fragmento y otros detalles en los martes de Chaparral, os decía que me mosqueaban esas casualidades. Del número 16 ni hablamos. Os recuerdo una de ellas, quizá, la más curiosa. Escribí una escena en la que el abuelo, de buenas a primeras, tarareaba Tengo una vaca lechera y después el cuento de Garbancito. Eso era propio también en mi abuelo. Me hablaba a menudo de los años del hambre, lo que transmití a Manuel y a María. Leí en Wikipedia sobre dicha canción y la cantaban los niños de la posguerra porque soñaban con un alimento tan básico como era la leche. La coincidencia llegó un martes de Chaparral en el que daba un paseo por la mañana y preparaba mentalmente la publicación en redes. No puedo evitar que se me erice el vello al recordarlo. En Córdoba, en el parque de Miraflores, había un grupo de niñas en una zona de juegos y… estaban tarareando la susodicha canción.

Como me ocurrió con unos sueños que tuve con la antigua estación de Córdoba (que por cierto, también aparece en el libro), le di un sentido. Me daba igual no poder demostrarlo, que me crean o no. En esa ocasión desembocó en En el nombre de Arcadia y en la presente en este libro. Lo ligo con lo dicho al comenzar la presentación. Mis abuelos me escucharon y me ayudaron. No es la primera vez. En una ocasión en las que pasaba una temporada con ellos en su casa de Lebrija no sé cómo tuve el valor de decirles: «cuando os convirtáis en espíritus, por favor, manifestaros». Todo dentro de un contexto. Como todos los mayores, asimilan la muerte porque la ven cerca. En ese momento hablábamos del tema. Mi abuelo se refería con tanta campechanidad como llamar «cortijo de los callados» a lo que ya os imagináis; también el que él quería irse harto de comer y habiendo disfrutado la vida.

Desde entonces han ocurrido cosas que por el momento me reservaré (algunas aparecen en este libro). Siempre tendré la satisfacción de que mis abuelos llegaran a leerme y, de hecho, Azahara Abajar lo terminé en la casa de Lebrija. Me hablaban de un sobrino suyo y escritor, Ernesto Rincón Ríos. Y evidentemente me deseaban lo mejor. Y aquí veo otra curiosidad. Si desde donde estén me alentaron a seguir adelante con otro libro, precisamente con El Chaparral, y para contar quiénes eran ellos y cuánto les enseñó la vida tras mil vivencias. No me importa que tildéis de fantasioso, pero sin ningún reparo confieso que mientras escribía sobre ellos de alguna forma los sentía a mi lado, dándome fuerzas (quizá eso explique por qué lo he escrito tan rápido) e inspirándome. Si ya habéis adquirido el libro y habéis pasado de las primeras páginas, tras lo dicho aquí, ya no os digo por qué lo dedico a mi familia con esa imagen tan significativa.

También os lo dedico a vosotros; además os agradezco el que le deis una oportunidad. Mis seguidores lo habéis visto gestarse, desde que anuncié una novelita corta con motivo del Día del Libro que llevaba 10986 (al final 90000) y esa cubierta provisional que diseñé en un rato. Los escritores sabéis que todo libro sale a la luz como un hijo y habéis sido testigos de su gestación; además participando tanto al comentar como con reacciones e incluso al compartir. Gracias a vuestro apoyo, aquello quedó en un rabieta por no saber afrontar un bache, precisamente, por la falta de experiencia. Como se muestra en este libro, lo más sano es no adelantar nada —no velar al muerto cuando aún vive—, menos hacerse ilusiones y dejar que todo siga su cauce. Quien no se levanta ya sí que puede darlo todo por perdido. He procurado aprender de esa experiencia y moverme un poquito más de cara a la promoción. Si creo que mis abuelos han influido y quiero contar su historia, si al final lo tiro todo por la borda sería cuanto menos desconsiderado por mi parte.

Va siendo hora de poner el punto final. Algún día espero poder presentar los libros de manera normal. Como decía, todo se andará y todo dependerá de cuánto se siga y cuánto se trabaje. Pero sobre todo de vosotros. Gracias por tragaros este tocho, llegar hasta el final y por estar ahí siempre. Espero que os guste el libro y también espero vuestras opiniones. Y por cierto, ya que transcurren en unas vacaciones de verano y lo propio era lanzarlo en estas fechas, si lo leéis en la piscina, la playa, la montaña, la casa rural…, me hará muchísima ilusión ver esas fotos. Y ahora sí que me despido hasta la próxima.

Gracias por leerme.


 

Podéis adquirirlo en Amazon

lunes, 8 de julio de 2024

Características de mi cuarta novela: "El Chaparral"

 


Me siento muy cómodo con el género de novela social, aunque no por ello renuncio a la fantasía y el terror. Este ensayo-ficción analiza los motivos que propiciaron la despoblación del medio rural desde el enfoque del ferrocarril como eje vertebrador de las sociedades. Al igual que ocurre con las viejas estaciones que ya no sirven para nada, los mayores cobran protagonismo al transmitir sus enseñanzas con raíz en sus vivencias; para hacerles ver a las nuevas generaciones la dicha por haber nacido en tiempos de paz y prosperidad. En general, tanto los muros que atesoran la memoria como los abuelos, tienen mucho que contar, mucho que debemos atesorar. Nada muere mientras permanezca vivo en la memoria. 

Podéis leer la presentación escrita en este blog aquí


Sinopsis: 

Los niños quieren hacerse mayores y los mayores anhelan el pasado. Pero pocos valoran el presente.
El ferrocarril representa el movimiento; el paso del tiempo; el cambio que debe afrontar el protagonista de esta historia al vaticinar ese futuro cercano. El momento le presenta unas vacaciones idílicas en la estación de El Chaparral. Su abuelo, el jefe de estación, así como las gentes curtidas del campo que habitan los cortijos que mantienen el último resquicio de vida en el lugar, alimentan las fantasías del niño con un pasado que, a su parecer, siempre fue mejor. Pero la experiencia juega a favor de los mayores. Es por ello por lo que ayudan a Antonio José, o como lo llama su abuelo, Joselito, a valorar el presente, atrapar el momento para que en el futuro los recuerdos sean felices y no melancólicos. Pero la sociedad rural no sabe que asiste al fin de una era. Por lo pronto solo ven un signo: las paradas de los trenes en esa estación en mitad de la nada tienen los días contados. El relevo generacional prefiere las comodidades que ofrece la vida urbana. Eran los últimos días de la España del «vaya usted con Dios».
Un signo pasa desapercibido y, sin embargo, es la radiografía del momento: cuando somos felices el humor aflora.
Esta es la historia de un niño que se enamoró de una estación.

 

Fecha de lanzamiento: 5 de julio de 2024

Editorial:
Independently published

Formatos: 

Tapa dura:

 Nº páginas: 255

ISBN:
979-8332229282

Dimensiones:
15.24 x 22.86 cm

Tapa blanda:

Nº páginas: 255

ISBN:
979-8332245206

Dimensiones: 15.24 x 22.86 cm

También en e-book.

Disponible en Amazon.

 Gracias por leerlo.

A. M. Lara Ríos

Características de mi tercera novela: "La Navidad de los ambulantes"

  


La Navidad de los ambulantes es una novela social ambientada en la Inglaterra victoriana. Mi autor predilecto, Charles Dickens, aquí tuvo más influencia que en En busca de su encuentro que se inspira en Canción de Navidad. Con la presente rindo homenaje a Dickens, y también aparece en la obra, por su entrega hacia los más desfavorecidos; ya fuera plasmando una triste realidad en sus historias como su filantropía. El amor al prójimo, el huir de los prejuicios, el beneficio de la redención, la búsqueda de la felicidad en lo espiritual cuando la vida te golpea y en definitiva vernos como seres humanos en igualdad de derechos, es el principio del verdadero espíritu navideño. 

Por otra parte, en esta novela tiene cabida el humor inglés y un misterio que desde Scotland Yard han de resolver. Procura adentrar al lector en el Londres de los hoteles, restaurantes y teatros de variedades en compañía de las personalidades más selectas, para después regresar de la mano de los Watson; una de las muchísimas familias que lustraban botas para ganarse un trozo de pan a repartir entre sus hijos. 

Aquí tenéis la presentación del libro escrita en este blog. 


Sinopsis: 

El Sr. Robert Barclay, sombrero de explorador a la cabeza, viaja de España a Londres en busca de aventuras. El jefe de tren, previo vistazo a la cebada cartera de nuestro caballero, se presenta tan interesado en entablar amistad que le organiza una noche inolvidable en compañía de ilustres personalidades.

A la mañana siguiente despierta tirado en un barrizal. Cree que los obreros de las fábricas aledañas le han desvalijado. Lo último que recuerda es presenciar un espectáculo de variedades, cuyas
vedettes decían algo acerca de unos gatitos, mientras tomaba unas copas en tan célebre compañía.

A nuestro hombre se le encomienda una misión. De cumplirla, expiará toda una vida ociosa. Se cruza en su camino los Watson: unos ambulantes cuyo mayor interés, a
priori, es trabajar allá donde van para sobrevivir; para abrir cada mañana ese regalo que supone el nuevo día. Si Robert consigue que esa familia pase las mejores Navidades de su vida, habrá cumplido su encomienda.

Descubre algo fascinante en los Watson. De su mano se le abre un nuevo mundo. Pondrían ser ellos los que lograran hacerles pasar a Robert las mejores Navidades de su vida; aprender que dando a los otros, a sí mismo se enriquece.

 

Fecha de lanzamiento: 15 de diciembre de 2023

Editorial:
Independently published

Formatos: 

Tapa dura:

 Nº páginas: 110

ISBN:
979-8870919768

Dimensiones:
15.24 x 22.86 cm

Tapa blanda:

 Nº páginas: 146

ISBN:
979-8870919041

Dimensiones: 
12.7 x 20.32 cm

También en e-book.

Disponible en Amazon.

 Gracias por leerlo.

A. M. Lara Ríos

martes, 16 de abril de 2024

Fragmentos de "En el nombre de Arcadia. El secreto de los reyes".

 

Ya tengo todas las ilustraciones --a falta del carboncillo para el encabezado de los capítulos-- y os presento la acuarela destinada a la portada. Con toda seguridad necesitará una adaptación. La imagen de la contraportada, ya la publiqué en una entrada de mi otro blog.

Capítulo "La venta El Queso".

Empiezo por esta escena, la cual es mi favorita por su dinamismo: pasamos del humor a la trifulca. Aquí faltaría don Quijote y Sancho Panza entrando a esta venta en un lugar de inspiración manchega. Espero que os guste el primer fragmento y, lo más importante, contadme qué os parece:

 

Por las manchas de tierra en sus túnicas y los rostros quemados por el sol, los identificaron como campesinos o pastores. La atención se desvió hacia la chica rubia de trenza baja. Un corpiño negro asomaba tras el delantal. Sostenía la bandeja de madera repleta de cuencos, vasos, copas y una damajuana envuelta en mimbre. Se paró ante el joven que le sonreía pícaro, con la mirada puesta en sus delicadezas. Ella se la devolvía con simpatía, a la vez que le presentaba una hogaza y el plato.

—Jamón y queso, comida de princeso. —Le sirvió al señorito al son del refrán.

—Gracias, hermosura —tonteó él, ahora mirándola a sus ojos melosos mientras se acariciaba barbilla—. Ya sabes en qué alcoba encontrar a tu princeso. Si te apetece, allí te espero. No desilusiones al bueno de Henning —sonrió y le guiñó un ojo. Ella se ruborizó y pasó a servir a los guardianes y al rey.

—¿Cómo lo consigues? —le preguntó Éamon I con timidez.

—Queremos que nuestros huéspedes se lleven una buena impresión y no se queden con la de mi padre. Disculpad su actitud, él es así.

—No le tomaremos en cuenta los tratos de favor —apresuró Widdy al comparar el plato del joven con los suyos.

—No —esclareció el monarca—, me refiero a trajinar con las comandas de varias mesas. Es de admirar vuestra fuerza —halagó con los ojos fijos en la cargada bandeja que sostenía con una mano.  

—¡Éamon! —exclamó con una risita su hermana.

Como respuesta, ella enseñó los músculos que se marcaban bajo la manga, mientras soltaba en las mesas los cuencos de gachas, una hogaza y los vasos de barro. La pesada damajuana fue lo último y con esta sirvió los siete vasos de tinto y el agua para Aelfraed. Pasó a los tres desarrapados de la mesa de al lado y, al despacharles más de lo mismo, vació su bandeja. Al muchacho lo dejaron mirando.

—¡Gracias, moza! Las gachas no son lo único que tienen buena pinta aquí —elogió el de melena y barba encrespada.

Apenas se marchó la mesera, rio con su amigo antes de devorar los cuencos. Con el mismo pan se limpiaban el potingue que le chorreaba. El hambriento le pidió un poco antes de terminárselos, pero le reprochó que debía ganarse el sustento con el fruto de su trabajo. El monarca, enrojecido, apenas comía; pues no le quitaba ojo a la mesera.

—¿La veis como yo? ¿Podéis ver a la futura reina de Arcadia? —fantaseó para asombro de los demás. Solo su hermana tuvo la suficiente confianza como para razonar y que pusiera los pies en la tierra. Ansiaba tener una cuñada, pero con la mesera, no lo veía factible.

—¡Vaya, vaya! —irrumpió con voz carrasposa y aguda el amigo del barbudo a la vez que se fijaba en el rubí con forma de lágrima engarzado en la tiara de Lisbeth— Tenemos aquí a una de las nuestras. Y encima guerrera —apuntó al fijarse en los senos que se marcaban bajo la armadura. Ella lo ignoró.

—¿Y vosotros estáis desposados? —chismoseó el otro a los Bertram— Lo pregunto porque os he visto acariciaros y no cubres tus cabellos. ¿Y se lo permites? —le preguntó a Ansgar. Él contuvo la rabia— Yo que tú me andaría con ojo si no quieres que te levanten a la parienta. Aquí hay mucho verraco suelto.

—¡Valiente cascovana! ¡A dónde vamos a llegar! —se horrorizó el de la voz carrasposa; al igual que el chico, pero de la vergüenza que estaba pasando.

—Soy una persona, no algo que se pueda robar —amonestó ella a la par que suplicaba a su esposo que se contuviera al darle bajo la mesa toquecitos en la rodilla  

—Voy a dejar de comer —dijo con sarcasmo el capitán al tiempo que los miraba con cara de asco—. Se me está atragantando… y no solo la comida.

—Os pedimos de buenas maneras que nos dejéis tranquilos —medió Widdy—. Tengamos la cena en paz. No quisiéramos vernos en la obligación de actuar.

—Habrá que andarse con cuidado, Bárvados —aconsejó el korwiniano, aunque sin borrar la sonrisa burlona—. Éste nos cruza la cara y nos manda al cremanterio —pasó a otro tema—.

»Por cierto, ¿te he contado lo que me pasó este verano en la era? —A pesar de que su amigo asintió y resopló, él le enseñó los brazos morenos y relató por enésima vez la anécdota. Maddox no era el único del grupo que, con disimulo, prestaba atención y, en especial, a su peculiar forma de hablar—. Estaba arrastrillando la tierra y me vino un ojambre de obejas. Yo corrí y los bichos venían detrás mía. Pero me daba más miedo el señor. Tenía que arrastrillar como poco una fanegada y no llevaba ni media.

—¿Ni media? Ni media fostia tienes, Neora. Además, ya te dije que eran abejas y no ovejas. Y no estabas «arrastrillando», sino trillando. —El amigo hizo caso omiso y prosiguió con sus gestas. El clannadur mantenía la vista y el gusto en las gachas, pero el oído en tan interesante charla.

—Los burricos esos con cuernos me se asustaron y me se fueron colina abajo… a parar al riachelo.

—Los «borricos con cuernos» son bueyes y es normal que se espantaran del enjambre de abejas y salieran como alma que lleva el diablo a lo que tenían enfrente: el riachuelo.

—Pues eso —Neora seguía a lo suyo—. Los güeyes ya en el agua y yo diciendo: «¡Ay! Qué me se ajogan los pobeticos míos». Los agarré de la soga y los pude sacar. Si los vieras… Chorreaban agua por todas partes: desde la orejas hasta los bujeros del hocico. Animalitos, parecían dos fuentes. Ya me veía yo enrrestao por el señor. Digo este me asube y me entrega a la justicia para que me represen en las mazamorras de Lagus Papitis.

—¿En qué lengua están hablando? —preguntó el clannadur en voz baja a su padrino—. Y allí es a donde vamos, ¿no?, a Lagus Papitis —contuvo la risa.

Widdy sostuvo la mirada inocente del chico mientras devoraba una cuña de queso y daba un sorbo antes de responder con susurros al oído—: En la lengua de aquellos que nunca pudieron pisar una escuela y una biblioteca. Sería mezquino por nuestra parte juzgarlos. Ellos no tienen la culpa de que les negaran la cultura y la educación. Desde pequeños les enseñaron a obedecer, trabajar para sus señores y mandatarios.

—No es ninguna lengua. —El oído fino de Elvia, quien estaba a su izquierda, atinó a escuchar. Añadió—: Nadie les enseñó a hablar bien ni les puso un libro entre sus manos.

—Qué rumoreáis de nosotros —inquirió Bárvados—. ¿No estáis llamando lerdos?  

Maddox quiso pronunciarse y disculparse, pero el otro lo interrumpió—. Vosotros sí que sois unos sunorantes.

El clannadur no pudo contener la carcajada y espurreó el tinto. Los demás lo miraron con seriedad y solo su padrino se volvió a dirigir, esta vez, para reprenderle.

—No te rías. Nunca olvides lo que te dije hace un momento.

—¡Pero nos ha insultado!, o eso creo. ¡Nos ha llamado sunorantes! Que no sé lo que para ellos significa.

—No desprecies los consejos de Widdy —secundó Ansgar—. Se burlan porque su ignorancia les impide encontrar una respuesta. Ellos no conocen lo que es el respeto y la compasión, pero nosotros sí.

—Me llamo Jair —se presentó el hambriento, con la mirada gacha y la voz trémula—. A estos dos ya los conocéis. Os pido esculpas en su nombre y os ruego que los pedorrenéis. Tenéis razón, llevamos tajabrando desde críos. Siempre hemos sido demasiado pobes como para ir a una escuela.

Los guardianes y el rey le sonrieron, ahora en señal de afecto. Ansgar quiso ir más allá. Alzó su mano que fue vista por la mesera. Apenas sacó unas monedas de plata, ella se personó frente a ellos.

—Esto alcanzará para un cuenco de gachas y un plato de queso, para el bueno de Jair, de parte de los ocho —convidó el capitán, para asombro del korwiniano y quienes le negaron la comida. Ella apretó los labios e iluminó su rostro en respuesta al gesto del caballero y sus compañeros.

Al paso por la mesa del joven noble, éste jaló de su vestido. Ella no dejaba de sonreír, aunque, en ese momento, contrajo el rostro.

—Ya sabes lo que te he pedido; pero el hipocrás no es lo único que quiero. —La deslumbró con otras de sus amplias sonrisas de dientes blancos y perfectos. Ella, Valeska, como así la estaba llamando su padre, aprovechó la excusa para correr hacia el mostrador.

Los guardianes y el rey no pudieron evitar apartar la mirada. Pronto se percató y fueron objeto de atención del galán.

—Me batiría a duelo en un torneo por conquistarla —ensoñó para desprecio de los ocho. Ignoró el enfado en éstos y se presentó—. Henning, de Lacus Capitis y de noble estirpe. Trabajo para mi padre. Frecuento estos antros en busca de vasallos, como los gañanes que tenéis al lado. Son nuestros preferidos, porque se ve que les falta un hervor. Como nos gustan: dóciles. Son como palomas: le echas un puñado de trigo y hasta se pelean entre ellos.

—Disculpad que ponga en duda eso a lo que llamáis nobleza —reconvino Ansgar.

—Así que venís desde Arcadia. Tenemos a: tres humanos; con una korwiniana, otros tantos clannadurs; y encima uno de ellos es el rey, un elfo y un gigante. Vaya una compañía tan pintoresca.

»Nunca me explicaré cómo el gobernador os regaló esas tierras. A un clannadur, encima. ¿Hacia dónde os dirigís y qué designios os mueve?

«¡Si tú supieras que el rey y Alanna son los medio hermanos de Sigfrid! Si supieras que oculta el pico de sus orejas bajo su corona», vaciló Maddox para sí.

—Sabéis de sobra que fue lo justo por participar en la primera guerra contra Ticiano —defendió Éamon I—. Los nobles deberíais de estar agradecidos. Y sí, somos arcades y a mucha honra.

—Más bien, soplagaitas, como esos keltes —pronunció con suavidad. El capitán fue el único que reaccionó. Se acercó y desenvainó su espada. El joven carcajeó.

—¿Cómo has llamado a mi pueblo? Repítelo —amenazó y, no solo con un tono pausado y siniestro, sino además apuntando a su mentón. Él extendió el cuello.

—So-pla-gai-tas —desafió al deletrear.

—¡Ansgar! Déjalo —ordenó el senescal. Su esposa acudió y consiguió que envainara el arma. El noble no solo burló a la muerte, sino también, a lo que consideró como un acto de cobardía.

Con la respiración acelerada, rojo de ira y las venas marcadas, se volvió a sentar. Lisbeth posó su mano, mientras sostenía la mirada encendida hacia aquel individuo.

—Será mejor que subamos a las alcobas —masculló ella—, antes de que empiecen a rodar cabezas.

Justo iban a levantarse cuando reapareció Valeska. Mientras servía al noble, pidió al grupo que se abstuvieran de emplear las armas en su venta; pues podrían despertar el pánico en los demás o desencadenar el efecto contrario y desatar la trifulca. Ya cerca de ellos, con el cuenco y el plato de queso añejo para Jair en la mano, el capitán se disculpó y añadió:

—Lo que tienes que aguantar.

—Una se acostumbra e intenta mantener el orden. Bastante espantados se quedan con la actitud de mi padre, como para que nos granjeemos peor fama. Hay que mantener el negocio. Aquí está toda nuestra vida.

Se dio la vuelta y al paso por la mesa del noble, éste le propinó una cachetada en sus posaderas. Ella gimió y, más que nunca, se esforzó por fingir una risita. Los guardianes y el rey ahora sí que se levantaron; paralizados, sin saber cómo defender el honor de la chica.

—Pero ¡qué pillo eres! Y qué manos más largas —atinó a decir ella entre dientes.

—¿Te ha gustado? —prosiguió en su actitud, ignorante al rostro enrojecido de Valeska y su mandíbula prieta— Esta noche te daré más de lo mismo.

—¡Henning! —vociferó el ventero desde el mostrador. Escupió el palo. Ella, de nuevo, aprovechó para correr hacia allí— ¡Aparta tus pezuñas de mi hija! Ya me tienes harto.

—¡Qué animal! —se horrorizó Neora. Su amigo no atendía en ese momento y preguntó qué había ocurrido— ¡Qué le ha tocado el mojino a la muchacha!

—¡Qué son esas formas! —amonestó Widdy—. ¡Un respeto!

—No hables muy alto, no sea que me tires de la lengua —amenazó el joven al ventero, ya en pie, con intenciones de acercarse al mostrador y encararse.

—No quiero volver a verte el pelo por aquí, ¿me oyes? —gritó ese padre— Y ya sabes por dónde te puedes meter tus privilegios y a los de tu calaña. Aquí ya no hay servidumbre para ti. Aquí ya no eres bien recibido; ni tú ni los tuyos —se dirigió a su hija—. ¡Valeska! Sube a tu alcoba y lávate. Te han manchado las manos de un cerdo.

—Desvarías, padre —estalló de rabia y gruñó—. No soy yo la más sucia de los aquí presentes. Me tragaba el veneno por tus malditos negocios. Unas monedas de más eran más importantes que tu propia familia. Era más importante fingir cortesía y atraer a ricos nobles. Ni a madre ni a mí nos enseñaste a empuñar esa espada que cuelga sobre vuestra cama; a defendernos de los miserables. ¿¡Crees que no me habría gustado cortarle la cabeza a ese hideputa!? —gritó a la vez que miraba al aludido. Después volvió a bajar el tono y redirigirse a su progenitor, sorprendido ante la reacción—. Pero claro, solo somos buenas y útiles en la cocina, siempre con esta maldita bandeja; tan desgraciadas como los vasallos que aquí le conseguimos a esta gentuza: inocentes y mansos ante su amo. —Con un apretón de mandíbulas se despojó de su delantal y lo arrojó. Enfrentó las escaleras para perderse en el piso de arriba.

—Tu hija tiene razón —continuó el noble—. No somos tan diferentes. ¿Le has contado a tu esposa cómo le chiflas a las doncellas? Y aquí dentro, cuando tu familia no está, ¿lo bien que te lo pasas con ciertas amigas y forasteras? —Alzó la mirada hacia el cráneo de un ciervo que colgaba de la pared, sobre la puerta de las escaleras, y después a la señora. Le hizo gracia el símil.

—¿Es eso cierto, Gomo? —preguntó espantada, con el cuchillo de trocear la carne en ristre.

—Sí, vamos, Gomo. ¿Estoy mintiendo? Dices que mis pezuñas están sucias, pero ¿y las sábanas de la cama que compartes con tu esposa?

El ventero le arrebató el cuchillo a Agnetha. Temblaba, cuchillo en mano, al igual que todo su cuerpo.

—Tú te lo pierdes —prosiguió el verriondo—. Estaba cortejándola. Habría hecho de ella toda una señora; agasajada de oros y amor. Me habría enfrentado a las acusaciones de mi gente. Me habría batido en duelo por defenderla; caballo contra caballo; lanza contra lanza. Qué se le va a hacer, si prefieres que siga siendo Valeska, tu sirvienta, con ese delantal mugriento hasta que se muera.

—Límpiate esa lengua viperina antes de pronunciar su nombre —gruñó Gomo.

En respuesta, el noble escupió al suelo y persistió en su provocación con esa sonrisa. Había esputado el honor y el nombre de su hija y, por ello, el ventero reculó el cuchillo y dio un paso al frente.

—¡Mira, que no respondo y te troceo como a un cerdo! ¡Vete! No sea que tengamos que lamentar una desgracia.

—Déjalo. Ya te ahorro yo el trabajo. Me voy, por el momento; si es que antes no te hundo esta pocilga. Volveré, pero acompañado.

Con paso ceremonioso y sin borrar esa mueca en sus labios, salió por la puerta y giró hacia los establos. Los guardianes y el rey se asomaron avizores. No quedarían tranquilos hasta que saliera del corral, con sus animales intactos. A sus espaldas, el ventero corría tras su esposa. Ésta sorteaba el mostrador para regresar a la cocina entre sollozos y el rostro empapado en lágrimas.

—¡Agnetha, espera! —imploró tras ella— Déjame que te lo explique.

El tiempo se eternizó hasta que el noble reapareció a lomos de su caballo; antorcha en mano cuya lumbre se difuminaba con la niebla, así como el sonido de los cascos al galope; ya emprendido el camino. Era lo único que se oía entre el silencio. Ahora, nadie murmuraba, nadie reía. El grupo fue el primero en enfilar las escaleras. El lamento de Valeska resonaba como una grotesca melodía. Los demás se agolpaban frente a la puerta. Querían retirarse a sus alcobas y dar por terminada una noche para olvidar. 

 

Esta escena ocurre esa noche en las alcobas. Es muy especial. Pretendo que la trilogía, aparte de contar una o varias historias, sean libros sapienciales. En este caso, Maddox y Alanna hablan sobre las diferencias entre chicos y chicas. En lo sapiencial, aquí vuelco en el papel lo muchísimo que he aprendido sobre la naturaleza femenina gracias a mis amigas. Creo que os puede interesar este tema que nunca pasa de moda: 

 

—En lo literal, las puertas nunca se cierran; como mucho quedan entreabiertas —corroboró él y, tras una pausa, cambió de tema—. ¿Te puedo hacer una pregunta un tanto controvertida?

—Verás… —sonrió Alanna para quitar hierro al asunto ante la cortedad de su amigo.

—¿Por qué vosotras siempre acabáis llorando?

—Qué clase de pregunta es esa… —dijo con sobriedad. Él no sabía dónde meterse. Ella respondió—: El llanto es algo tan básico como beber, comer y respirar. Llorar no nos hace más débiles, sino inteligentes; porque sabemos que es necesario para evitar males mayores: hablo de tal ansiedad que puede destruirte o conducirte a la locura. Fue lo que dijo tu tía Lynette, en el mercado, cuando nos preparábamos para el regreso del tirano.

»Que seamos chicas no quiere decir que lo solucionemos todo a base de llanto. Las hay que no, como Lisbeth, y los hay que sí, como Ansgar.

—Sí es un llorón —revalidó con jocosidad mientras lo veía acurrucado a su esposa, roncado los dos. Tras el vistazo, se redirigió a su amiga y ella prosiguió:

—Y, sin embargo, no por ello Ansgar es indigno para capitanearnos. Con nosotras, no te confundas. Ver a una mujer llorar no quiere decir que sea débil. Vuelvo al ejemplo de Lisbeth. Es de admirar el esfuerzo que ha hecho por contenerse. Por eso advirtió que nos retirásemos cuánto antes. El que fueran a rodar cabezas, no lo decía por decir. Cuando nos cabrean y, en especial, en esos días, lo mejor es correr; correr y no mirar hacia atrás. Ya nos valemos con nuestro propio cuerpo, añádele encima nuestras armas.

—Yo admito que quedo lejos de ser alguien como Ansgar. Comparto muchas cualidades con tu hermano. Ni siquiera sé si el día de mañana alguna mujer humana o clannadur quisiera estar junto a alguien como yo; que no tuviese el talento como para forjarse un futuro digno; ni siquiera un hogar y un huerto que dé algo de sustento.

—Ni queremos a un varón sin iniciativa y que nos diga a todo que sí, ni a un cerdo como Henning. Queremos a alguien que nos dé vitalidad y a la vez amor verdadero; que nos complemente. Sin embargo, nos podemos enamorar de alguien que, cuando acordamos, nos denigra. Por una parte, nos sentimos fuertes como para ayudarles a cambiar y, por otra, ya nos ha anulado toda autoestima; hasta el punto de sentir miedo. Es algo difícil de explicar: amor, pena y esa sensación de sentirnos presa de sus propias manos y nuestro propio corazón. No debes catalogarte en ninguno de esos dos extremos. Es evidente que crecemos física y espiritualmente. Los dos estamos en ese proceso. Nos queda mucho por madurar. Pero, lo que se valora, es que no nos quedamos viendo cómo nos hundimos en el fango. Admitimos nuestras flaquezas y no dejamos que nos amedrenten.

—¿Puedo decirte una cosa? —titubeó el chico en un esfuerzo por mirarla a los ojos.

—No preguntes, ¡dilo! Y sé lo que vas a decir, no porque te esté leyendo la mente, sino porque ya nos conocemos. —Con la respuesta, un picor recorrió el cuerpo de Maddox. Le recordó a la sensación de pánico que sintió en la Casa del Jardinero. Se sonrojó aún más y ahora sí que apartó la mirada; hasta que ella prosiguió tras apretar los labios—: Has crecido desde aquella época en la que íbamos a la escuela. ¡Hemos!, crecido —recalcó—. Tuvimos tal conexión desde el momento en el que allí nos conocimos y fuiste tan caballeroso, a pesar de que éramos niños, que llegué a tener la sensación de estar con un amigo. Más bien, algo que va más allá de la amistad y se mantiene hasta la fecha. Nos quedan los recuerdos de los viejos tiempos, pero, lo que importa, es que aquí estamos; seamos lo que seamos. ¡Vaya!, entre esto y los versos que he aportado al himno, debería plantearme el dedicarme a la poesía —bromeó, más bien, para tranquilizarlo. Volvió al tono sereno—. ¿Sabes?, nos pasa lo mismo. Considero que aún no he crecido lo suficiente como para sentirme segura y disfrutar una vez diera ese paso.

—Si te soy sincero, no imagino un futuro sin ti. No puedo evitarlo.

—Yo también espero que así sea —Alanna hizo una pausa. Arqueó las cejas, antes de seguir con sensatez y ternura, al mismo tiempo—. Yo no soy tu mundo, Maddox, solo formo parte de él.

El chico calló y fijó su mirada en el entarimado sobre el que se estaban sentados, con las espaldas apoyadas contra la pared. Ella le dedicó ternura y él correspondió. Lo último que esperaría fue aquel gesto: sentir los finos dedos agarrando su brazo y la fuerza con la que fue apretado contra su cuerpo; con suma delicadeza a la vez. Maddox sentía que flotaba en una nube. Oraba para que ese momento no terminase; más cuando ella lo besó en la mejilla. Las últimas palabras se fundieron en su mente, como el crisol que se vierte en el molde, hasta solidificarse y quedar grabadas a fuego.

—Tampoco hay por qué cerrar la puerta; dejémosla entreabierta —concluyó Alanna.