viernes, 29 de diciembre de 2023

Reseña de 'Cuentos de Navidad' de Charles Dickens

 


Todos conocemos Cuento de Navidad (en singular) o lo que es lo mismo Canción de Navidad. Por enésima vez me lo releí en septiembre cuando comencé a escribir La Navidad de los ambulantes. De casualidad supe que este clásico de Dickens forma parte de una antología de cinco novelas cortas; y así conocí las cuatro restantes: Las campanas, El grillo del hogar, La batalla de la vida y El fantasma y el Hechizado. El autor las escribió en años sucesivos debido al éxito tuvo la historia de Scrooge, el pequeño Tiny Tim o la visita de los tres espíritus. En principio no comprendí por qué no tuvieron la popularidad del clásico, hasta que leí la antología. Hice el pedido en Casa del Libro y recogí en unos días esta edición de Alianza Editorial. Cabe destacar la presentación, pues venía plastificado y con un lazo dorado; como si en un lugar de un libro más que se vende fuera un regalo; así lo percibí.

Como ya conocemos la primera novela, vamos a reseñar las cuatro mencionadas. De hecho, me salté Cuento de Navidad. No quiero saltarme un detalle que, por banal que parezca, al final veréis que cuenta una historia en sí misma. Canción de Navidad se dividió en cinco partes que se nombraron como «estrofas». Vamos por a esas cuatro en una y ¡alerta spoilers!:

 

Las campanas

 

La historia comienza con Trotty, un anciano recadero que vive con su hija Meg, quien está prometida con Richard; aunque la relación no es bien avenida por Trotty. Este, ante las noticias en las que se atribuye el aumento de la delincuencia a gente de clase trabajadora, acude al encuentro del parlamentario apellidado Bowley, en compañía de personalidades como un concejal y un juez de paz. El parlamentario, reconocido como un paternalista para los pobres, ostenta que está al corriente de pagos y reprende a Trotty porque debe unos chelines en la tienda de comestibles regentada por los Tugby. Por otra parte, Bowley se elogia a sí mismo por su caridad hacia los desfavorecidos.

Trotty regresa a casa convencido de que los pobres son unos desagradecidos ante la caridad de los ricos y que, por ello, no tienen cabida en la sociedad. Por el camino se cruza con un campesino que ha sido acusado de vagabundeo con su sobrina, la pequeña Lilian. Trotty le previene de que vaya a pedirle ayuda al concejal y compañía y le invita a su casa para ocultarlo y compartir lo poco que podían permitirse para cenar. Trotty quiere callos, pero le aconseja que no es sano para él —esto parece irrelevante, pero veréis que al final se convierte en un detalle que aporta fuerza—. Conversando con Meg, tanto el campesino como su padre procuran hacerla recapacitar para que se olvide de Richard. Ella se encariña con Lilian y de esa forma paliar el dolor que le supone dejar a su prometido.

Es Nochevieja y Trotty oye las campanadas. Sube al campanario y allí se encuentra con los espíritus de las campanas y sus ayudantes, los duendes. Le reprenden porque ha perdido la fe en el progreso de los hombres; mayormente en los de su clase. Le comunican que ha caído desde la torre y el que sigue arriba es su espíritu. Pero aún siendo un espíritu debe recapacitar y para ello le ponen visiones en donde Richard es un alcohólico, Meg se casa con él para ayudarle, pero al poco su marido muere y queda sola con el bebé. El campesino es arrestado varias veces por vagabundeo. En unos de los periodos en libertad conoció al bebé y se asombró al ver que era la viva imagen de Lilian. La ya joven Lilian se hunde a los pies de Meg y entre lágrimas suplica que la perdone. Después llegó el señor Tugby a reclamarle el dinero del alquiler, pero lo que obtenía de la costura apenas le alcazaba para subsistir. Pero el casero solo veía la deuda y, fruto de la irritación, le dijo a la pobre Meg que mejor sería que se quitara de en medio si no valía para nada. Tomó en brazos a su bebé y marchó al río. El espíritu de su padre le rogaba a los de las campanas que cesara tal tormento como ver a su hija, hundida en la miseria, tomar en consideración las palabras de Tugby. Y entró en el agua, con el bebé en brazos. Su padre implora, asegura a los espíritus que ha aprendido la lección.

La misma historia deja la incógnita del sueño de Trotty o en verdad tuvo esa visión como un espíritu en el campanario. Se ve en un casa y su hija Meg le vuelve a recordar que no debe comer callos. Ella no entiende por qué su padre la abraza con tal efusividad. Llega Richard y Trotty bendice su relación. Al día siguiente, en Año Nuevo, tal y como estaba previsto, Meg y Richard se casaron. Hasta los señores Tugby fueron invitados y, por supuesto, con las deudas perdonadas.  

 

Esta novela se dividió en los cuatro cuartos que da un reloj cada hora.

Reconozco que he variado los tiempos verbales (intercalando pasado y presente) pero como experimentación me gusta el efecto. Respecto a los comentarios de esta primera me parece espectacular la recreación de la situación, sobre todo social, de la era victoriana. Era lo que Dickens denunciaba en sus obras. En nuestros días nos sirve parar volver la mirada a este pasado y observar cuánto hemos progresado y lo que nos queda. Pero parece que a algunos les vendría bien leer a Dickens. Aprovecho para mostrar una noticia que debería ser propia de la ficción y de la era victoriana. Solo lo pongo como ejemplo y lo dejo a vuestra interpretación, sin ánimo de entrar en cuestiones políticas.

Hace unos años el Ayuntamiento de Alicante emitió una ordenanza en la que se sancionaba, junto con ciertas prácticas, la mendicidad. Me recordó al señor Scrooge cuando llegaron a su despacho dos señores a pedirle un donativo para los pobres, a lo que respondió «¿No hay suficientes asilos?». En lo personal he tratado con mendigos y he aprendido mucho de ellos; por supuesto en lo que respecta a los albergues. Pero eso daría para una reflexión.

 

El grillo del hogar

 

Esta historia comienza con la vida hogareña del trajinero, John Peerybingle y su esposa, Dot. Se cuentan cómo les ha ido el día y a veces Jhon le pide a su esposa que le encienda la pipa, ya que aprecia lo bien que lo hace. En el hogar está el grillo protagonista que en verdad es un espíritu que actúa como ángel de la guarda.

Un día reciben la visita de una anciano que pide asilo; lo que el matrimonio le concede. Más tarde visita el hogar el juguetero Caleb con su hija cieguecita (así se refieren en el libro), Bertha. A propósito de esta niña, cito una escena que me llamó la atención. Son esas citas memorables en un libro, los pequeños y a la vez grandes detalles:

 

«—Anoche, cuando me acosté, puse el arbolito de usted muy cerca de mi almohada y soñé con él. Y al despuntar el día y el maravilloso sol rojo… ¿Es rojo el sol, padre?».

 

De toda la antología, esto me partió el corazón. Además, muestra la esencia de esta historia. Ella no conoce más mundo que el que su padre le describe y un color para Bertha es una palabra. Sin duda nos hace reflexionar, en primer lugar, para apreciar algo tan cotidiano como es la visión y en contraparte empatizar con las personas invidentes. Pongo este ejemplo, como podría poner otro semejante como el caminar o el vivir bajo un techo. Dickens también reivindicaba el trato hacia las personas discapacitadas.

 Después, como en los cuentos acumulativos, llega el jefe del juguetero, el avaro y repelente señor Tackleton. Tanto que con naturalidad considera a Bertha una pobre idiota por ser discapacitada. Hablan del hijo de los Peerybingle que años atrás emigró a América y, a falta de noticias, lo dieron por muerto. Este joven, Edward, mantuvo una relación con May, quien en el momento se prometió con Mr. Tackleton. Pero a May no se la ve muy convencida. Lo que pretendía ser una comida tranquila, subió de tono gracias a la amargura de Mr. Tackleton. Ve a los anfitriones de la casa demasiado tranquilos y no quiere que se queden sin su problema; como él acababa de tener con May. Así que el buen señor le confiesa a Jhon que su esposa le engaña y ella reconoce que, a pesar de la vida hogareña, no siente por Jhon el amor que le gustaría. Este se retira y Mr. Tackleton lo lleva a que mire a través de una ventana al anciano que se quitó el disfraz y se descubrió como un apuesto hombre. Los amantes se besaron.

Todo parecía volver a la calma. Jhon estaba sentado en el sillón en el que solía fumar la pipa que le encendía Dot. Ella se le acercó para acariciarle, pero él rehusó. Sollozando se levantó, cogió la escopeta y entró en la habitación del inquilino. Jhon juró que un demonio lo poseyó y esa bestia actuaría por él. Una parte quería que el inquilino huyera y la otra matarlo en la cama. El grillo del hogar chirrió y Jhon volvió en sí. El grillo se reveló como el espíritu que guardaba el hogar. Le alentó al trajinero que luchara por su esposa, puesto que sabía que nunca dejaría de amarla.

Jhon fue puesto a prueba. Dot le hizo entrar en razón al decirle que todo ocurrió en su mente y que nunca dejó de quererlo. El anciano era un hombre disfrazado, pero, en lugar del galán que Jhon imaginó, resultó ser Edward que volvió de América y que, además, se enamoró de May. Aprovechando el desinterés de esta por Mr. Tackleton, momentos antes de su boda, se casaron en secreto. El juguetero se enteró y apareció en el convite. Embriagado por el ambiente festivo, reconoció que May merecía a alguien mejor como Edward y el mismo Tackleton bendijo a los recién casados.

 

Esta novela se dividió en los tres chirridos del grillo. Observamos que el número de partes iba decreciendo y con la siguiente veréis por qué.

 

La batalla de la vida

 

La historia se sitúa en un pueblo emplazado en el lugar en el que antaño aconteció una batalla. La cual supuso un lema para la localidad y los mismos habitantes la comparan con esas batallas particulares que todos, máxime los desfavorecidos, conocemos de primera mano. Quién no hace malabares con lo que va quedando del sueldo para comer todos los días y procurar que el banco no te devuelva los recibos.

En una casa cualquiera de ese pueblo viven dos hermanas, Grace y Marion, con el bonachón de su padre, el Dr. Jeddler. Él es el clásico patoso que más que con estrella nació estrellado. Dickens nos presenta esos golpes de la vida de manera cómica. Tiene un asistente, Alfred, que está prometido con la menor de las dos hermanas, Marion. Este tiene que marchar a terminar sus estudios fuera. En su ausencia le encomienda a su amada que cuide de Grace.

Aquí se nos presenta a otros personajes que, como en una novela de enredos, sus tramas concurrirán con las de los protagonistas. Tenemos a los abogados Snitchey y Craggs, cuyas disputas se ven opacadas por el chisme que les trae Clemency, una sirvienta del Dr. Jeddler. Un conocido de los abogados, el libertino Michael Warden, se ve a escondidas con Marion aprovechando la ausencia de Alfred. Ya sabemos con qué intenciones. Marion se muestra muy simpática con Warden; tanto que se fuga con él, además, el mismo día en el que Alfred regresa. Sobra decir en qué estado queda su padre y su hermana.

Seis años después, Clemency se casó con su novio y el que fuera también sirviente, Britain. Les fue tan bien que dejaron la casa del doctor y montaron una taberna. Grace apoyó al desengañado Alfred y tal relación fructificó que también se casaron. Es curioso que, a pesar de todo, a su hija le pusieran «Marion». Es en el cumpleaños de la chiquilla cuando Grace le confiesa a su esposo que siempre supo los motivos por los que Marion se fugó con su amante. Pero antes de que pronuncie una palabra, la propia Marion aparece y confiesa que todo fue una farsa. Les hizo creer que se fue con el amante para que Grace se enamorara de Alfred. En todo ese tiempo estuvo viviendo en casa de la tía Martha. A los demás no les cuesta perdonar a Marion, excepto su padre. Aparece Warden y le pide matrimonio a Marion. Es entonces, en la pedida al doctor, cuando él la perdona y bendice a la pareja.

 

El éxito de estas novelas fue decreciendo. Esta, en concreto, fracasó. Como vemos aquí ya no hay ni espíritus ni Navidad; ni siquiera se considera la novela social tan presente en el autor. Podríamos encasillarla en el género de enredo y romance. En lo personal admito que se me hizo pesada porque esperaba el componente de la maravilla; ese tono mágico y hasta infantil. Pienso que lo mismo esperarían los lectores en 1846, cuando se publicó. En el primer día se vendieron 20.000 ejemplares, pero tan pronto como los lectores se sintieron desengañados y corrieron las reseñas negativas, en pocos días las novela llegó a caer en el olvido.

El propio Dickens admitió que se estaba cansando de publicar la novela navideña cada año; ello unido a que estaba centrado en su obra maestra y autobiográfica, además, David Copperfield. En comparación con la primera, que la dividió en cinco estrofas como si fuera una canción, aquí y en adelante en tres partes. Al año siguiente ya no publicó.

 

El hechizado y el trato con el fantasma

 

Dickens no quería terminar esta serie de novelas con el fracaso de la anterior; menos dejar decepcionados a sus lectores. Con esta, que publicó el 19 de diciembre 1848 (efemérides significativa, pues se cumplía un lustro de la publicación de la primera), quiso poner el broche de oro con una historia que recuperaba, no tanto como Canción de Navidad, pero al menos en parte esa ambientación propia de las fechas. Y como novela social, aquí puso en énfasis en el verdadero espíritu navideño, más allá del arbolito o el pavo en la cena.

 

La historia comienza con un profesor de química, el señor Redlaw, que vive amargado por tantas penurias que soporta y tantas traiciones por parte de los demás. Al igual que el viejo Scrooge, también odia la Navidad. Su conserje, William, le lleva la cena y junto con su mujer, la entrañable Milly, y el viejo Philip, conversan acerca de los recuerdos dolorosos a flor de piel en esas fechas. El anciano procura hacerle entrar en razón al profesor para que aprenda a convivir con el pasado, por mucho que duela, pues de esa forma apreciará los pequeños placeres de la vida y podrá ser feliz. Por otra parte, Milly cuenta que la familia Tetterby acogió a un estudiante desamparado. El profesor se presta a ayudarle, pero ella le dice que el estudiante no quiere ni verlo. En otro orden, la mujer cuenta que acogió en su casa a otro desamparado, esta vez un niño que, según dice, lo ha parido una bestia salvaje. Hay algo extraño en ese niño; algo que hipnotiza.

Una noche se le aparece un espíritu que no es más que el suyo; como si el alma se hubiera desdoblado y ese clon hubiera transcendido de su cuerpo; el otro yo tan familiar para todos. El señor Redlaw presenta un aspecto descuidado porque no se quiere ni a sí mismo; por lo que se ve reflejado en el espectro y le impacta. No sabe o, no recuerda, que el espectro ya lo visitó en momentos de su pasado, como cuando sus padres lo abandonaron. Es ahora cuando reconoce su pesimismo y rememora ese pasado. El espectro le ofrece borrar sus recuerdos, pues en ellos está esa hiel que le hace ser alguien despreciable. Borrar la memoria es para pensárselo. Al final accede y cierra el trato con el fantasma. Escucha un grito. Cuando acude se encuentra con el niño salvaje; y salvaje, porque nunca ha conocido el amor y la caridad.

Creyendo que con el olvido sería alguien afable, el ahora hechizado siente rabia, aunque, al no recordar, no sabe qué la causa. Como el rey Midas que convertía en oro todo lo que tocaba, los que se relacionaban con el hechizado percibían esa rabia que además les trasmitía; comenzando por William. Este le acompaña a la casa de la familia Tetterby que encarna el hogar rezumante de amor… hasta que aparece Redlaw. Y allí se encuentra con el estudiante, enfermo, que en verdad es su sobrino. Tras enterarse, le desea la muerte. El sobrino, consciente del don, desea que el fantasma lo revoque. El estudiante también cae presa del don; lo que descubre con la visita de Milly. Quiera o no, el chico la trata mal. Milly cuenta con la salvedad de que no ha mantenido contacto con el profesor; por lo que permanece inmune.

En todo momento el niño salvaje persigue al profesor, como la miseria encarnada de la que no puede escapar. Va tomando consciencia de que amarga a quienes se cruzan en su camino e implora revocar el don; más cuando se encuentra con el conserje discutiendo con su padre; más cuando el anciano comienza a perder la memoria; lo que más apreciaba. Se resigna y, si no puede salir de ello, al menos pide al fantasma que no se encuentre con Milly, la última persona a la que podría contagiar. Y como vimos en los finales de las anteriores, cuando el protagonista no puede más, cuando el fantasma se asegura de que ha aprendido la lección, revoca el don. El profesor es otra persona que aprende a convivir con los recuerdos amargos del pasado y valora las pequeñeces del día; el que en ellas esté la felicidad y que estas den el sentido a la vida. Como en todos los finales felices, se reúnen para celebrar la Navidad.

 

Es un detalle para apreciar el que en esta titulara las tres partes como si fuera capítulos. Aprovecho para aclarar que las novelas cortas se dividen en partes y no en capítulos. Dickens pensó en sus lectores que protestaron el año anterior al quedarse sin su novela navideña. El autor siguió publicando, aunque relatos y en revistas; como solía hacer incluso con novelas de envergadura. Eso hizo tras la publicación de El hechizado con David Copperfield, cuyas entregas fueron saliendo entre 1849 y 1850. Al año siguiente se publicó la presente antología.

Y, antes de terminar, a groso modo, es de valorar esa lectura fluida. Son 569 páginas que se devoran; incluso La batalla de la vida, una vez la comprendes como una buena novela romántica. Dickens, para su época en la que frases pomposas era señal de escritores prestigiosos, escribía con un estilo de directo; para que fuera comprendido por todos. Y ya que hablamos de una edición, en español en este caso, se agradece encontrarla sin erratas y menos errores garrafales; buen tamaño de letra y, cómo no, la traducción que nos posibilita que estos clásicos de la literatura universal lleguen a nosotros. 

Primera página de La batalla de la vida en la que podéis valorar desde el tamaño de letra hasta la maquetación, pasando por ese estilo directo que os proporcionará una lectura ágil y rápida.

 

No olvido otro hecho que es agradecer como el respetar un original, acorde con la mentalidad de una época. Esto lo digo por las obras revisadas. Por eso he hecho hincapié en la cieguecita o algo, hoy aberrante, como es la criminalización de la mendicidad. Los lectores somos adultos, duchos precisamente en lo que nos encontramos en los libros, y no nos vamos a ofender por ciertas palabras. Sabemos diferenciar la ficción de la realidad.

Se acercan los Reyes y espero que con esta reseña os dé una idea si estáis pensando en regalar un buen libro con un buen mensaje. Y si de verdad mantenéis el espíritu navideño todo el año, o como si no, lo disfrutaréis en cualquier época. Este puede ser un buen libro para iniciarse en Dickens y descubrirlo. Él quería aportar con su obra y aún hoy, casi dos siglos después, tiene mucho que contarnos y nosotros mucho que aprender. 

Si os ha gustado el libro, más que la reseña, en octubre salió una nueva edición. Os dejo el link a la tienda de Casa del Libro para que le echéis un ojo.

Gracias por leer.

martes, 19 de diciembre de 2023

Presentación de "La Navidad de los ambulantes"

 


Acabo de publicar en el blog hermano la entrada dedicada a mi amiga en relación con el pen que me regaló y el cual utilicé para imprimir la copia que presenté en la oficina del registro. Ya os digo que no me puedo estar quieto; tengo que dirigirme a vosotros en todo momento. Yo creo que me callo y me convierto en estatua de sal. Y dejando las divagaciones, vamos al grano.

El 6 de septiembre publiqué la reseña de El gran robo del tren de Michael Crichton. ¿Conocéis el efecto mariposa? En este caso, tuve que leer este libro que durante años tuve pendiente y arrumbado para que surgiera la idea. Ya comenté en la reseña que está ambientado en la Inglaterra victoriana y pertenece al género de novela negra americana (la diferencia radica en que en lugar de investigar un crimen se enfoca en la planificación por parte del criminal). Hubo aspectos que me llamaron la atención como fue la recreación del contexto histórico: desde la descripción de la estación del Puente de Londres hasta aspectos sociales de la época como era la diferencia de clases. Ya que conocéis mi novela corta y con estas pinceladas, deduciréis que este libro fue mi fuente de inspiración y que mientras lo leía ya pensaba en escribir algo similar.

El mismo 6 de septiembre escribí el argumento —ni siquiera me paré con fichas de personajes y escaleta— y también en el mismo día comencé el libro. Los dedos se me iban solos. Yo mismo pensaba: «ni siquiera tengo reseñas en En el nombre de Arcadia. No sé si a los lectores les gusta mi estilo. ¡Ni siquiera sé si tengo muchos o pocos lectores! Pero me da igual porque escribo porque me gusta; al margen de si vendo, no vendo, tengo reseñas o no». Ya hablé en este blog acerca del tema. Ahora que está de moda emprender hay quienes se plantean: «¿monto o un bar o publico libros?». Sirva para ilustrar para reafirmar que no escribo por dinero, sino para que me lean y, más allá de eso, para compartir la historia que os quiero contar. Y si esa historia consigue que alguien que pasa por un mal momento sonría, todo habrá merecido la pena. Esto no es una frase bonita; es que, sinceramente, lo siento así.

El aspecto económico está muy presente en la obra como también deduciréis después de esta introducción. En la obra, Robert Barclay debe hacerles pasar las mejores Navidades de su vida a la familia Watson que son los ambulantes. Los Watson que, en Navidades anteriores, mientras todo el mundo se sentaba a la mesa con los suyos con ese pavo presidiéndola, cenaban en Nochebuena pan migado en leche; cuya hogaza les tenía que durar para los nueve miembros todo el día. ¿Cómo personas sin recursos van a pasar unas Navidades felices? Esa pregunta me motivó a escribir esta obra. Y esto no me viene de ahora. En primer lugar, no me he criado en el palacio de Buckingham y no creo que un día tenga un chalet en La Moraleja y un yate en Marbella. También lo observo en mi entorno más cercano. Mis amistades —sin excepción— madrugan, trabajan, miran los precios cuando hacen la compra y están pendientes de si el banco les pasa los recibos o no. Yo creo que como casi todo el mundo, ¿no? Y ya admiro, además de quienes son felices en circunstancias adversas, como digo en la frase que destaco al comienzo del libro, aquellos que dan limosna cuando supone un sacrificio porque a ellos tampoco les sobra el dinero. Como decía, esto no me viene de ahora. Pero, como lectores, hay algo que quizá juegue más en contra que el dinero y es la falta de tiempo… también de ganas. Una persona que sale de trabajar y sigue trabajando en su casa y, aún, necesita horas para estudiar porque se está formando, cuando puede lo que quiere es dormir; lo poco que podrá dormir hasta que el despertador vuelva a sonar. Por cierto, vaya mi reconocimiento hacia ellos. Por supuesto, también tiene su reflejo en el libro. Lo acertado de una novela corta, es que puedes leerla en ese poco tiempo libre que tienes. En este caso, en tapa blanda ha quedado en 146 páginas y tapa dura en 110. El que sea una novela corta, junto con un precio asequible, es otra forma de procurar que llegue a todo el mundo.

Os voy a meter una lección de historia… personal.

Cuánto ha llovido desde diciembre de 1999. Mi primo Juan Antonio me regaló un ordenador; era un Canon con el monitor de pantalla de fósforo y el MS-DOS. Además de los caracteres verdes muy luminosos —responsables de que utilice gafas para leer y escribir—, recuerdo que con el Efecto 2000 creía que el ordenador se iba a volver loco incluso en plan Transformers. Entre todo lo que ofrecía me llamó la atención Word. Ahí salió mi primer relato; incluso antes de que escribiera en un bloc Azahara Abajar. En ese tiempo mis padres me llevaban a ver el alumbrado y la decoración navideña del centro y me fijaba en las personas sin hogar que dormían entre cartones en un cajero. En Navidad se nos ablanda más el corazón y máxime en los niños (por entonces era uno de ellos, pues tenía 10 años). También he tenido siempre muy presente, ahora que se cuestiona la asignatura de Religión en los colegios públicos, lo que dijo mi profesora: «Para arropar al Niño Jesús y que no pase frío, ofrécele una manta a un pobre».

1999 – 2009… una década después llegó a mi vida Dickens y su Cuento de Navidad. Cómo no, también está presente en La Navidad de los ambulantes. Los Watson lo idolatran y también los ricos. Porque Dickens, que conoció la pobreza, que trabajó de niño en una fábrica de betún para aportar algo de dinero en casa, aprovechó su éxito como escritor para obrar por esos necesitados de los que él formó parte. Tanto se sacrificó que murió agotado tras una de las giras de lecturas públicas. Y luego llegó la moda navideña —tal y como perdura hasta nuestros días— que él implantó, en especial, gracias a Cuento de Navidad: la nieve, el árbol, el pavo, los villancicos, etc. Pero eso es algo accesorio. Tanto Dickens como mi yo de 1999 (y el de ahora también) enfatizamos en el verdadero espíritu navideño. Antes que poner el árbol o planear el menú de Nochebuena y Fin de Año, antes que el aspecto material está el espiritual. Y aún vamos más allá —algo que también se plasma en el presente libro—, si vas a hacer una buena obra, no la hagas por ser Navidad, obra durante todo el año. Ya veis que este libro, como en la obra del escritor victoriano, se articula en la crítica social para mostrar los temas a destacar. Claro que hemos evolucionado desde el S. XIX. Eso es algo que también quiero subrayar: al recrear otra época miramos hacia atrás y vemos cuánto hemos evolucionado y cuánto nos queda.

A grandes rasgos, para terminar el aspecto argumental, os comento que encontraréis tintes de fantasía, hay espíritus —cómo no en mí— aunque, como consideré obvio, el terror aquí no pinta nada. Son fantasmas al estilo de Dickens, vamos, que no dan miedo, sino que más bien cumplen una función emotiva; también actúan como mentores.

 

En el aspecto técnico del libro no voy a entrar aquí en detalle. Desde el primero acostumbro a dedicar una entrada en la que aportar detalles como el ISBN, nº de páginas, sinopsis y formatos. Ya he dicho que surgió todo de repente y gracias a Dios lo escribí rápido. Podría haberlo terminado antes, pero entremedias dediqué octubre a la serie ¿Te atreves a entrar? y algunos dominicales. Ha sido un milagro llegar (no tendría sentido haberlo publicado en febrero). Y no solo escribir, al terminar el manuscrito darle no sé cuántas vueltas para corregirlo. En todo libro sueles documentarte. Tenemos la suerte de encontrar en internet toda la sabiduría habida y por haber (estaréis pensando en Wikipedia). Quería recrear la ambientación histórica. Alguna licencia creativa hay. Por lo verídico, encontramos personalidades de la época como George Barclay Bruce que fue ingeniero y uno de los pioneros en las minas de Río Tinto. Su sobrino, aquí ya en la ficción, habría sido el protagonista, Robert Barclay; con esto digo que encontraréis una relación entre España y Reino Unido. Una vez más sé lo que estáis pensando. Hay una alusión a Gibraltar y otra a Trafalgar. Tenemos al director del Banco de Inglaterra; a los historiadores les sonará la familia Rothschild; aún en la actualidad muy influyente. Y siguen miles de personajes más. Pero hablando de relaciones entre nuestros países, una de las niñas de los Watson se llama Beatrice en honor a la hija de la reina Victoria. La princesa Beatrice fue la madre de Victoria Eugenia, consorte de Alfonso XIII. Aquí tenemos otro guiño dichos lazos hispano-británicos.

Respecto a las localizaciones puede parecer gracioso. Contrasté fotografías e información de época con esa ventana al mundo que tenemos al alcance con Google Maps y más con Street View. Pero es mejor Google Earth, del cual me he servido desde para encontrarle hotel al señor Barclay (el Brown), el restaurante al que van después (el Rules) o los nombres de estaciones, calles, avenidas, plazas, puentes, etc. Continuando con la fidelidad, en menor o mayor grado, lo curioso es que este libro bien podría ser una guía del Londres de 1875. Encontraréis mayor interés en este aspecto aquellos que habéis viajado a dicha ciudad.

En el proceso, las ilustraciones darán para otra entrada. Como decimos aquí, vaya pechá de acuarelas que me pegué. El manuscrito lo terminé el 15 de noviembre y al día siguiente empecé con las ilustraciones. Diecinueve en dos semanas. Me bebí un block de papel acuarela de la marca Canson, tamaño cuartilla. Algunas las utilicé, previo filtro de caricatura en Photoscape, para el booktrailer. Las tenéis en blanco y negro en el formato tapa blanda y en color si adquirís el libro en tapa dura.

En cuanto a la edición y para terminar con el lanzamiento, mi propósito era ofrecerlo gratis. Como decía al principio de esta entrada y diré siempre, no escribo por dinero. Por ejemplo, mientras con la editorial estaba en el proceso de corrección de Mensajes de ultratumba ya estaba con el manuscrito del segundo de la trilogía; sin saber el éxito que tendría el primero. En el caso de La Navidad de los ambulantes, ya que aborda el tema de solidaridad y obrar por los demás, ofrecerlo gratis lo reforzaría. Ya por entonces tenía previsto autopublicarlo en Amazon y, si era gratis, solo podía ofrecer la versión digital. Pero aprendí algo: Amazon deja que ofrezcas tu ebook gratis durante un máximo de cinco días. Incluso pensé en subirlo a Google Drive y pasaros el link de descarga del PDF. Pronto recapacité y para la versión digital elegí el simbólico precio de 0,95€. Iba a ponerlo a un euro, pero… quedaba muy cutre. 0,95 es más fino; precio de comercio. En Kindle Direct Publishing (la editorial de Amazon) ofrecían además la opción de publicar en tapa blanda y tapa dura mediante el método impresión bajo demanda. Aquí ocurrió también algo gracioso. Maqueté —y en Word… Los que hayáis usado InDesing conoceréis la diferencia— para un formato que ha quedado para tapa blanda. Con tapa dura, con otras dimensiones, la maquetación se me fue al traste. Eso conllevó volver a corregir, cuidar lo que se conoce en el argot como viudas, huérfanas, ladronas o que no quedaran rayas (—) aisladas. No hay mal que por bien no venga. Para una próxima ya aprendí herramientas como el símbolo «ligadura» que sirve para subsanar el problema de dichas rayas. Y con los guiones tuve hasta pesadillas. Os pongo un ejemplo de algunos errores:

«Estaba Ro-

bert aislad-

do.».

Ya es para partirse de la risa el que para que no aparezcan los números de página en las primeras, las tapé con «dibujar cuadro de texto/relleno blanco/sin bordes». El mérito (no me estoy poniendo flores) es buscarte las habichuelas y hacerlo lo mejor que puedes con lo que tienes a mano. Lo comparo con los niños que hacen collares de macarrones para regalárselo a su padres o su madre. Les gustará más que si ha roto la hucha y lo ha comprado, porque lo ha hecho con sus propias manos. A esto se le llama la filosofía DIY, la cual, antes de que tuviera nombre, desde pequeño cuando dibujaba todo lo que veía o lo reproducía en plastilina, abrazo y con la que me identifico.

Termino de escribir esto unos días después (el 12 de diciembre). Ya os digo que lo de «Juan Palomo, yo me lo guiso yo me lo como», lleva mi nombre. Entremedias se me ocurrió para el día del lanzamiento hacer videomontaje del meme del libro de Dross, Luna de Plutón. Acabo de terminarlo y se lo he enviado por correo para pedirle permiso, ya que he usado su locución. Dentro de tres días saldremos de dudas y si me autoriza lo adjuntaré también aquí. Esto es como hacer una maqueta. Cuando la terminas ya no tiene gracia. Disfrutas en el proceso.

Antes de terminar aplico una máxima del Evangelio, y aprovecho para decir que las incluyo en el libro. Dice así: «Lo que habéis recibido gratis, dadlo gratis». Está presente en la obra, pero quería que transcendiera; lo que llamamos «metaficción».

Creo que ha sido suficiente; os he dado bastante la murga y he abusado de vuestro de tiempo. Os agradezco que os hayáis parado a leerlo, el interés que mostráis en este libro y, de antemano, por adquirirlo. Como se suele decir, espero que os guste. Pero os gustará o no. Todo queda a vuestro criterio y en vuestras manos.

Gracias por leerlo.