¿Por qué he escrito la novelita que vengo a presentaros? Por mi familia, por supuesto. Pero os voy a contar el verdadero origen. Como ya sabréis, con motivo de las fechas navideñas publiqué en Amazon La Navidad de los ambulantes. Me ilusioné porque alguien compró el e-book en preventa y a los días me lo encontré tanto en Babelio como en Goodreads. Pero hasta ahí mi gozo en un pozo. Por no emplear una palabra malsonante, digamos que fue un fracaso y lo sigue siendo. De hecho, le doy las gracias a la única lectora y escritora que está por lanzar su novela: Elena Franrey.
Pasadas las fiestas ya vi que no tenía mucho sentido y menos probabilidades de ventas; aunque siempre digo que esa novela social se puede leer en cualquier época del año. Menos mal que no invertí en un ISBN (45 pavos por formato). Se me quitaron las ganas de difundir y seguir promocionando. Se me quitaron hasta las ganas de comprarme un ejemplar (ni siquiera a día de hoy lo tengo). Ahora sí que digo que lo mandé todo a tomar por culo. Entonces me despaché a gusto con la entrada, cuya especie de currículum que sirvió de ilustración fijé en mis perfiles. No voy a extenderme y repetir lo que podéis leer ahí si tenéis interés.
¡Quién no conoce Aquí no hay quien viva! Hay una escena en la que Emilio hace un puzzle para relajarse, una pieza no encaja, él empecinado, le dice Juan Cuesta: «Emilio, esa pieza no va ahí» y él responde: «Esto entra aquí por mis huevos. Ea, ya he terminado el puzzle».
No es un origen muy bonito para el libro que os presento hoy pero es que fue ese coraje lo que me impulsó. Soy sincero. En mi caso, después de despacharme a gusto con esa entrada, pensé: «¿que no se vende? No pasa nada, yo escribo otro. ¿Que todavía no me lee ni el Tato? Escribo otro. Si hago lo que me apasiona». Si algo bueno saqué del libro navideño fue aprender a autopublicar en Amazon. Esa democratización la valoro más aún cuando me imagino a los antiguos escritores que enviaban sus manuscritos a incontables editoriales y tenían que tragar los rechazos. En este caso, si obra y autor fracasan, al menos que no se pierda dinero. De los errores se aprenderá y lo importante es seguir cuando tienes claro lo que quieres.
Esta introducción era muy importante y no podía comenzar a hablaros de El Chaparral sin empezar con esto. Dejo para el final algo que liga con este origen, como si fuera una respuesta. Ya sí que voy al grano.
Mi madre lleva toda la vida hablándome de sus vivencias cuando con mis abuelos vivían en una de las casillas de Renfe que, además, aparece en la novela. También esos recuerdos como el juntarse los niños venidos de los cortijos más dispares (por ejemplo, desde Torres Cabrera que distaba a unos siete kilómetros), se bañaban en el río Guadajoz, sociabilizaban los vecinos como si fueran de la misma familia y vivían en contacto con la tierra; con la naturaleza. Hay un detalle que dice mucho. Mi madre recuerda con pesar cuando se trasladó a la ciudad y le costó adaptarse. El detalle fue que contó con un televisor, pues en esas casillas se alumbraban hasta con quinqués y candiles, y desde entonces le encanta Heidi porque se veía a sí misma.
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En casa conservamos esta tablilla que representa a Heidi y a Pedro. Se lo compró mi abuela a mi madre en esa época por la consabida admiración al sentirse identificada. |
En la casilla de El Chaparral tenían hasta una cabra en el corral que les proporcionaba leche. Lo que reflejo en el libro es el contraste entre esa vida rural y la urbana, en una época en la que el campo terminaba de despoblarse. Un signo curioso lo vi en ortofotos al comparar los cortijos que salpican el entorno a ver en la actualidad alguno dedicado a almacén de maquinaria agrícola, los más desfavorecidos en ruinas y uno protagonista en el libro como es el Haza del Carrascal quedó reducido a una palmera. Estaciones en mitad del campo como era El Chaparral daba servicio tanto a los ferroviarios como a las gentes del lugar, hasta que las paradas de los trenes dejaron de tener sentido. Además, el abuelo y jefe de estación le recalca al nieto que, como servicio público de una empresa estatal, desde la factura de la luz de la estación hasta el gasto que generan las circulaciones de los trenes sale del bolsillo de los contribuyentes.
Este es otro tema que se trata en la parte de ensayo (sí, he escrito un ensayo-ficción que es un nuevo género literario). En zonas rurales, incluso ahora en poblaciones importantes, el tren era fundamental para mantener las comunicaciones con el resto del territorio a través del transporte colectivo; preferente al vehículo privado. Ya no solo que a estas regiones de un plumazo les quiten su principal medio de transporte, sino que un servicio público y social esté a la altura. No sé vosotros, creo que lo veréis de la misma forma, pero yo creo que un ciudadano de Trujillo (Cáceres) no es de segunda y otro de Madrid o Barcelona de primera. Con esta zona ejemplifico muchas otras regiones en España como las olvidadas Extremadura (donde te montabas en el tren y era una aventura porque lo más probable era que lo evacuaran en mitad del campo porque salía ardiendo), Galicia (donde al menos los trenes de vapor ya no circulan sino que están expuestos en el museo de Monforte de Lemos), Teruel (donde, como si fuera un chiste, echaron una carrera un tren y un tractor y ganó el tractor), la pobre Jaén y también Granada y Almería. En el libro, por proximidad a El Chaparral, se centra en otras de las regiones olvidadas de nuestra geografía como es la Vega de Antequera y La Campiña sevillana. En este libro está muy presente el lejano Oeste y, al compararlo con esta zona, de manera irónica hago alusión a la peña que llaman por su forma «El indio acostado».
La otra parte de ensayo aborda la protección del patrimonio histórico. El Almería en 2020 se eligieron las siete maravillas candidatas a ser protegidas bajo la declaración Bien de Interés Cultural. La más votada fue la estación de Huércal-Viator, del mismo arquitecto, José Fernández Martínez, que la de El Chaparral y una de las idénticas. Otras dos, también en la provincia de Almería, son Cerro Saltador y Las Manchegas que las declararán BIC cuando ya se vengan abajo. La otra es LosPrados, a la entrada de la ciudad de Málaga. Ya digo que todas son de semejante factura, con algunas diferencias menores, pero con el mismo valor histórico. De las cinco, El Chaparral quedó como un abandono en mitad del campo, a su vez un peligro para los que se aventuraran, y nadie tenía interés en un edificio desconchado al que se accedía por un par de caminos. Adif, propietaria del patrimonio, en acuerdo con la Gerencia Municipal de Urbanismo de Córdoba, en 2021 procedió a su demolición. Como ocurre con estos edificios que, por muy históricos que sea, si nadie los quiere… La diferencia está, precisamente, en que se los valora cuando se emplazan en un núcleo urbano. En una ciudad los vecinos lo destinan al uso que sea y, por tanto, muestran interés y hasta valoran el carácter histórico. ¿¡Quién va a querer un montón de escombros donde Dios perdió el mechero!? Pretendo que veáis ese montón de escombros como testigos de una época llena de vida. Esa es la esencia del urbex. Por supuesto que Kibara tiene en el libro el lugar que merece junto con su lema: «El milagro de viajar en el tiempo sin tener una máquina». Este es uno de los sentidos por los que este libro es una cápsula del tiempo.
Con estas reivindicaciones, críticas, denuncias —como queramos llamarlo—, pasamos a la sátira aquí muy presente, junto con el humor sano que, como dice la sinopsis, aflora en los mejores momentos. Hasta el narrador se marca sus puntazos. En concreto pretendo reflejar el humor andaluz que conocí en mi familia de la baja Andalucía; también me he documentado para el propio de Málaga. Por ejemplo, expresiones como «chorraera» o «tienes más mala cara que los pollos del Pryca». El humor también es el reflejo de una sociedad sana; sí, con sus más y sus menos, pero una sociedad que se apiñaba como una familia; esas gentes que se reunían al fresco en las puertas de las casas o en los bancos de estaciones como esta.
Esta parte liga con la
ambientación que es un personaje más, y protagonista. Sin contar la elipsis al
final, se ambienta en 1987. Lo ha escrito un ochentero, no solo de nacimiento. Os
empleo el «muestra, no cuentes» para decir mucho con un solo detalle: consultaba
a menudo Yo fui a EGB. Junto con darle importancia desde marcas, los
mismos artículos de la época y hasta citar retransmisiones de TVE como la carta
de ajuste, quise terminar de otorgarle ese sabor que he pincelado con el acervo
popular. Para quienes no hayan conocido la época de la carta de ajuste, aquí tenéis una muestra, además, en agosto del 87; tiempo en el que se ambienta la novela. Este fue uno de los vídeos que me sirvieron para documentarme:
Valga un detalle como son expresiones que escuchaba de mi familia: «quedarse uple» o su sinónimo «púo» (significados que encontraréis en el libro) no las he encontrado ni en Google. En ese aspecto os muestro algo exclusivo y a la vez inmortalizo algo que se perdería en la memoria. En general he volcado mis vivencias en Antonio José; por tanto, sus abuelos son los míos. En este aspecto ha sido una forma de devolverlos a la vida.
El último punto por destacar es el más emotivo y con tanto peso como la propia ambientación. Ya que hablamos del protagonista de once años, Antonio José, llega a El Chaparral como cualquier crío que acostumbra a dejarse la comida en el plato si no es de su gusto, al que se le antoja todo lo que ve en un escaparate y tiene muchos pajaritos en la cabeza. A través de historias los abuelos y demás personajes le enseñan a valorar algo que para él es tan básico como un plato de comida en la mesa. Algunos relatos sí que son más recreativos, pero la mayoría procuran esas enseñanzas que contribuirán a la madurez del niño, por tanto, al arco evolutivo del personaje. No solo él, sino que la mayoría de los personajes tienen su profundidad; hasta algo a priori tan inerte como puede ser un lugar, un ambiente. La intención es trasmitirlo a los lectores más jóvenes. Al publicarlo en Amazon elegí una edad mínima de 13 años porque en ocasiones los personajes son malhablados y puede que no sea apropiado. Pero cada niño es un mundo. Mi recomendación es que lo lean los padres y valoren si sus hijos pueden leerlo o no.
Para culminar este punto emotivo, y también los que he destacado, se rinde homenaje a personalidades a las que Dios les dé muchos años y otras que embarcaron al tren sin retorno.
Y ahora viene lo que dejaba caer al principio. Durante el proceso, a la par que mostraba algún fragmento y otros detalles en los martes de Chaparral, os decía que me mosqueaban esas casualidades. Del número 16 ni hablamos. Os recuerdo una de ellas, quizá, la más curiosa. Escribí una escena en la que el abuelo, de buenas a primeras, tarareaba Tengo una vaca lechera y después el cuento de Garbancito. Eso era propio también en mi abuelo. Me hablaba a menudo de los años del hambre, lo que transmití a Manuel y a María. Leí en Wikipedia sobre dicha canción y la cantaban los niños de la posguerra porque soñaban con un alimento tan básico como era la leche. La coincidencia llegó un martes de Chaparral en el que daba un paseo por la mañana y preparaba mentalmente la publicación en redes. No puedo evitar que se me erice el vello al recordarlo. En Córdoba, en el parque de Miraflores, había un grupo de niñas en una zona de juegos y… estaban tarareando la susodicha canción.
Como me ocurrió con unos sueños que tuve con la antigua estación de Córdoba (que por cierto, también aparece en el libro), le di un sentido. Me daba igual no poder demostrarlo, que me crean o no. En esa ocasión desembocó en En el nombre de Arcadia y en la presente en este libro. Lo ligo con lo dicho al comenzar la presentación. Mis abuelos me escucharon y me ayudaron. No es la primera vez. En una ocasión en las que pasaba una temporada con ellos en su casa de Lebrija no sé cómo tuve el valor de decirles: «cuando os convirtáis en espíritus, por favor, manifestaros». Todo dentro de un contexto. Como todos los mayores, asimilan la muerte porque la ven cerca. En ese momento hablábamos del tema. Mi abuelo se refería con tanta campechanidad como llamar «cortijo de los callados» a lo que ya os imagináis; también el que él quería irse harto de comer y habiendo disfrutado la vida.
Desde entonces han ocurrido cosas que por el momento me reservaré (algunas aparecen en este libro). Siempre tendré la satisfacción de que mis abuelos llegaran a leerme y, de hecho, Azahara Abajar lo terminé en la casa de Lebrija. Me hablaban de un sobrino suyo y escritor, Ernesto Rincón Ríos. Y evidentemente me deseaban lo mejor. Y aquí veo otra curiosidad. Si desde donde estén me alentaron a seguir adelante con otro libro, precisamente con El Chaparral, y para contar quiénes eran ellos y cuánto les enseñó la vida tras mil vivencias. No me importa que tildéis de fantasioso, pero sin ningún reparo confieso que mientras escribía sobre ellos de alguna forma los sentía a mi lado, dándome fuerzas (quizá eso explique por qué lo he escrito tan rápido) e inspirándome. Si ya habéis adquirido el libro y habéis pasado de las primeras páginas, tras lo dicho aquí, ya no os digo por qué lo dedico a mi familia con esa imagen tan significativa.
También os lo dedico a vosotros; además os agradezco el que le deis una oportunidad. Mis seguidores lo habéis visto gestarse, desde que anuncié una novelita corta con motivo del Día del Libro que llevaba 10986 (al final 90000) y esa cubierta provisional que diseñé en un rato. Los escritores sabéis que todo libro sale a la luz como un hijo y habéis sido testigos de su gestación; además participando tanto al comentar como con reacciones e incluso al compartir. Gracias a vuestro apoyo, aquello quedó en un rabieta por no saber afrontar un bache, precisamente, por la falta de experiencia. Como se muestra en este libro, lo más sano es no adelantar nada —no velar al muerto cuando aún vive—, menos hacerse ilusiones y dejar que todo siga su cauce. Quien no se levanta ya sí que puede darlo todo por perdido. He procurado aprender de esa experiencia y moverme un poquito más de cara a la promoción. Si creo que mis abuelos han influido y quiero contar su historia, si al final lo tiro todo por la borda sería cuanto menos desconsiderado por mi parte.
Va siendo hora de poner el punto final. Algún día espero poder presentar los libros de manera normal. Como decía, todo se andará y todo dependerá de cuánto se siga y cuánto se trabaje. Pero sobre todo de vosotros. Gracias por tragaros este tocho, llegar hasta el final y por estar ahí siempre. Espero que os guste el libro y también espero vuestras opiniones. Y por cierto, ya que transcurren en unas vacaciones de verano y lo propio era lanzarlo en estas fechas, si lo leéis en la piscina, la playa, la montaña, la casa rural…, me hará muchísima ilusión ver esas fotos. Y ahora sí que me despido hasta la próxima.
Gracias por leerme.