domingo, 1 de octubre de 2023

La influencia de mi profesión en mis personajes

 


Escribir es dar un paso más. Algunos sienten esa necesidad después de leer muchísimo y otros como una forma de expandir su profesión. Aunque en mi caso y en el de la mayoría los autores, nos mueve la mera vocación y, queramos o no, nuestras vivencias tanto a nivel personal como profesional la vamos a plasmar en lo que tenemos que contar. Por ejemplo, un arquitecto te describirá unos edificios que flipas; un médico te detallará la herida que sufre el personaje, los primeros auxilios y el proceso de convalecencia. Y el culmen lo encontré en una booktuber a la que le perdí el rastro. Su nick era «Sweetdreams» o algo así. Ella se sacó la carrera de psicología para mejorar en la construcción de personajes. Habréis notado que me refiero a personas con estudios universitarios, los cuáles incluyen en las biografías que aparecen en sus libros; lo que otorga el caché a la hora de presentarse como autores. En la mía El nombre de Arcadia consideré oportuno saltarse ese detalle porque no tengo estudios universitarios. En mi perfil de Google y en las entradas «Sobre mí» de los dos blogs sí que menciono mi profesión. Recuerdo un comentario sobre nosotros, los autores noveles, de un tipo que aseguraba: «Los escritores que deben ser tomados en serio tienen una carrera porque en la universidad han aprendido desde cultura general hasta redacción, gramática, ortografía, etc.; sin hablar de la propia educación personal». Comprendo que cada persona tiene derecho a expresar su opinión. Lo siento, pero no me di por aludido.

En lo profesional, desde pequeño vi a mi madre trabajar como cuidadora. También a una temprana edad (10 años), comencé a interesarme por la anatomía y fisiología. Cito esa edad porque todo empezó con el coleccionable Érase una vez la vida. También por esa época, cuando faltaba al colegio, veía Saber Vivir. Ya en el instituto, al elegir el llamado «itinerario», sin duda me decanté por Ciencias de la Salud; lo que proseguí en bachillerato. Y cómo no, mi asignatura favorita era Biología.

Tampoco tengo bachillerato… completo; circunstancias que sobran ahora. Lo que tenía era la misma vocación: encaminar mi vida profesional hacia el sector de la sanidad y seguir por el sociosanitario (relacionados, pero no son lo mismo). Fue mientras estudiaba Auxiliar de Enfermería cuando despertó la vocación: ayudar a los demás. De hecho, esa es la base de esta profesión; no cambiar pañales, sondas nasogástricas o asear a los pacientes.

Descubrí que era lo que me gustaba. A ver, Auxiliar de Enfermería no es una carrera y Enfermería o Medicina no era lo que me atraía. Descubrí mi sitio, y más en el cuidado de personas dependientes. Debo aclarar que las personas dependientes no se limitan a los mayores. Nótese que estoy desmontando mitos.

Vi que existía una especialidad para los auxiliares de enfermería mediante el curso con certificado de profesionalidad Atención Sociosanitaria a Personas Dependientes en Instituciones Sociales (el nombre es un poquito largo. Se suele escribir con abreviaturas: «At. S.S. a Pers. Dep. en Inst. Socs.»).

Fue más enriquecedor este curso que el ciclo formativo. Lo que estudias es como lo que lees: deja huella. En este caso se lo debo a dos monitoras —psicólogas— que nos introdujo en la mente de las personas dependientes. Estudiamos desde las enfermedades mentales (recuerdo un vídeo que nos puso sobre cómo percibe el mundo una persona con esquizofrenia) hasta cómo padece una persona la dependencia. Es una pena que haya que cursar esos estudios para saberlo, cuando sería un acierto trasmitir estos conocimientos a la población general. Y lo que sigue —más interesante aún—, es tantísimo que ni voy a resumirlo. Merecen ser tratados en detalle temas como la terapia ocupacional y, lo más importante, el fomento de la autonomía personal a las personas dependientes.

Voy a la relación entre mi profesión y la escritura. Para escribir tienes que entender de todo. Volviendo al ejemplo de los arquitectos, en los edificios describo que si el zócalo, las arquivoltas, la portada, el tímpano… Al igual que con otros conocimientos recurrí a Google. Sin embargo, para crear un personaje con dependencia no recurrí a Google, sino a lo vivido, a lo que las personas con las que he trabajado y sus familiares me han enseñado. Y lo he desarrollado en El nombre de Arcadia.

Os presento a dos de los personajes mediante estos fragmentos. No hago spoiler —si os leéis el libro—, puesto que lo encontraréis en el segundo capítulo y no desvela nada sobre la trama principal.

 

«—Hija. ¡La luz de la luna! ¡Me ilumina la gran luna! ¡Dice que soy su elegido!

Tras el comentario de Aldahir, se cruzaron miradas cargadas de complicidad y compasión. Todos comprendían el origen de sus palabras incoherentes. Precisamente, o paradójicamente, la luz plateada centelleó en las lágrimas que se deslizaban por las mejillas de Alanna y su hermana.

—Sentimos dejaros, pero creo que es hora de que mi padre descanse —se disculpó Kiara ante el bochornoso momento mientras hundía sus grandes ojos azules en la penumbra del suelo—. Sobran las palabras, ¿verdad?

—¿Eres el rey? Las mariposas me dijeron que eres el rey, mi hijo —volvió a intervenir Aldahir frente a Éamon, que trataba de ahogar sus sollozos, y Sigfrid, que clavó la mirada al frente mientras Donvina intentaba tranquilizarlo rodeándole con su brazo.

—Mañana será otro día, padre —respondió el monarca de Arcadia cuando se hizo insoportable guardar la compostura y mantener a raya las lágrimas.»

 

Están en un ambiente de fiesta, han bebido y en principio se achaca a los efectos del alcohol; esa es la impresión que pretendo dar. En el preludio (mal llamado «prólogo») se narra el hecho que llevó a Aldahir a la situación que se describe. Todos los presentes en el fragmento lo saben y por eso lo miran compasivos, o sus hijos que se les saltan las lágrimas. Más adelante se va desarrollando este personaje y su mundo. Un mundo en el que sus amigas las mariposas le hablan y en el que las flores le dan los buenos días. Su mente le defiende frente un mundo real que no pudo soportar. Esa es la esencia de la fantasía.

En este mismo segundo capítulo, tras el comportamiento de Aldahir, terminan la fiesta en la Guarida del Duende. A su tabernero, Brenan, ya lo presenté en un dibujo que compartí en redes con motivo del festivo 15 de agosto. Os invitaba a una jarra de aguavida. Aquí os dejo otro fragmento en el que se describe a su hijo:

 

«Tras el ocupado Brenan, que se afanaba en limpiar los restos que manchaban la superficie de la barra, su hijo Serbal miraba hacia la nada. De su boca abierta chorreaba baba que se deslizaba por el vello de la barbilla hasta empaparle la parte de la túnica».

 

Al principio crees que se trata de su pequeño y nos imaginamos a Brenan dándole la papilla. Hasta que leemos «el vello de la barbilla». Desvelo en primicia que tanto Aldahir, como este joven, Serbal, padecen lo que en la actualidad se diagnosticaría como trauma psíquico, asociado a un trastorno por estrés postraumático. Años atrás asediaron la aldea. Este muchacho… vio cómo el fuego consumía a su madre hasta reducirla al tamaño de una muñeca.

Los demás lo ven con la mirada perdida. A Serbal su mente le proyecta una y otra vez esa imagen. Ahora empatizamos con Serbal, ¿verdad? Por cierto, cada nombre tiene su etimología. El suyo significa «inocente». Son los inocentes los verdaderos protagonistas y los auténticos héroes.

Su padre es otro héroe. Si él no se derrumbó después de perder a su esposa en tremendas circunstancias, fue porque su hijo le necesitaba. Es la figura, ya no del cuidador profesional, sino del familiar. Y a pesar de todo el tío siempre tiene un chiste y una sonrisa en la boca; amén de las bromas. ¿¡Cómo puede reír alguien con semejante desgracia!? Ante la calamidad, hay personas que pueden afrontarla, incluso volver a reír, y personas que no pueden.

Os voy a poner en situación y no creo que os haga demasiado spoiler. Ocurre algo en la aldea y tienen que huir. Brenan empatiza con los demás. Quizá sea egoísta, o no, porque su prioridad sea proteger a su hijo. Y muchos otros tampoco pueden defenderse. Por eso hay que desmontar otro mito: las personas no son dependientes porque sean mayores sujetos a las limitaciones de la edad, tengan una enfermedad o una discapacidad. Un bebé al que le dan de comer es una persona dependiente. Si estalla una guerra y no puedes defenderte, te conviertes en una persona dependiente.

Cuando a nuestros personajes les sobreviene esta calamidad, los que luchan por los que no pueden, se convierten en cuidadores de personas dependientes. Pero ellos tampoco son dioses. Los cuidadores también dependen unos de otros.

Os voy a poner otro ejemplo y veréis que todos tenemos cierto grado de dependencia. Imaginad que llamáis a la policía. Dependéis de la policía, ¿no? Así quise enfocar en el libro la típica lucha que en toda historia épica se tercie: defienden a los que no pueden hacerlo. Y los que carecen de esa capacidad, no son ni mejores ni peores. Serbal no es inferior porque no pueda comer por sí mismo. Lo que importa es hacer piña: ayudar a quien lo necesita. Como ocurre con nuestros personajes, todos tenemos algo que aportar; todos podemos hacer algo por mejorar un poquitín la vida de otras personas. ¿Y sabéis qué? Esas otras personas, sí que nos aportarán muchísimo más; nos sorprenderán; nos devolverán lo que le hemos dado multiplicado por diez. No penséis en una recompensa; menos material. Ayudad a alguien a cruzar la calle y lo comprobaréis.

Creo que va siendo hora de poner el punto final. Como me gusta, como así lo plasmo en mis historias, concibo el final como un regreso al principio; como la pescadilla que se muerde la cola. Repito que no tengo estudios universitarios e incluso el bachillerato sin terminar. Lo que he aprendido ha sido gracias a los libros, mis mentores, internet y, sobre todo, lo que observo en la realidad. De esa forma me considero autodidacta. Con lo mostrado solo he arañado la punta de iceberg de lo que abarca mi profesión. Me quedo con lo que me ha aportado tanto la teoría como la práctica; más agradezco a la vida que pueda darlo a conocer, a través de lo que escribo. Para eso escribo. Hay autores noveles que se lo toman como un negocio y, con perdón, me hace gracia. He llegado a ver comentarios de gente que dudaba entre montar un negocio y publicar libros. Siempre digo que no escribo por y para las ventas. Es trasmitir, dar a conocer lo que quiero contar lo que me mueve a escribir; para quien atraviesa un bache sienta que alguien le aporta un mínimo de apoyo… que le arranca una sonrisa. Aclaro que no lo digo para quedar bien. Es que es esa mi motivación. Toodo lo que he contado espero que sirva de argumento.

Ya sí que termino. No sin antes deciros que dos protagonistas del libro están inspiradas en mis grandes amigas; mentoras porque me han enseñado muchísimo y también compañeras de profesión. No solo se lo toman como su trabajo, sino que también llevan consigo esta vocación.

Espero que nos ayudemos cuando lo necesitamos, no porque otra persona dependa de nosotros, sino porque sea lo normal. Por cierto, tengamos presente que nunca sabemos qué nos deparará el mañana.

Escribo estas líneas en el Día del Mayor. Ha dado la casualidad y no lo hago por este motivo porque los mayores no deberían ser especiales por un día. Sobra explicar el porqué.

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