viernes, 27 de octubre de 2023

¿Te atreves a entrar? PARTE VI: Fenómenos paranormales

 


El título apropiado sería Encuentros con lo extraño, ya que declarar algo como «paranormal» conllevaría un proceso de investigación con el aporte de sus respectivas evidencias; lo cual vimos en la parte anterior. Este título es para que nos entendamos. A riesgo de que me tachen de loco, me limitaré a relatar mi experiencia. Comprenderéis por qué, desde temprana edad, siento predilección por el terror. Quiero aclarar que ni pierdo ni gano nada con inventar. Si quiero contar un relato de terror, digo que es ficción. No afirmo nada a raíz de estas experiencias; cuento lo que recuerdo y creo que algunas pudieron ser fruto de la imaginación. El cerebro puede engañarnos perfectamente y hacernos ver, oír o sentir algo que no existe. Y, por supuesto, me reservo las experiencias relacionadas con familiares fallecidos o las ocurridas en casa de amigos. Quizá algún día lo considere oportuno. La más transcendental de todas, la cual no tiene cabida aquí pues ocupa todo un dossier, la expliqué en una entrada del blog a colación de que tales sueños relacionados con la antigua estación de Córdoba tuvieron una fortísima influencia en En el nombre de Arcadia; y en especial en el subtítulo, Mensajes de ultratumba, que guarda una relación aún mayor con estos fenómenos.

Para terminar esta introducción, os cuento que, a pesar de encontrar inspiración en lo que voy a relatar, no suelo hacerlo al escribir terror. No tendría ningún problema. No sabría deciros por qué. La fuente de inspiración la encuentro en su gran mayoría en las investigaciones referidas en la parte anterior: desde los programas de Discovery como Paranormal Lockdown hasta lo aprendido en Rutas Misteriosas, gracias al testimonio y evidencias que nos muestra el equipo, pasando por el clásico Cuarto Milenio. A partir del siguiente párrafo relataré las más llamativas (obviaré objetos que se mueven solos y simplezas similares). Sin ir más lejos y para que veáis la habitualidad, el otro día, de hecho era el Día de la Salud Mental, pensaba en ese tema y justo me jalaron de la camiseta. Como suelo hacer ante esto, comprobé que no me había enganchado con nada e incluso me jalé como lo sentí… pero para desengañarme. Por supuesto, a mi alrededor no había nadie.

Y por favor, ya que lo he puesto en bandeja, dejadme que diga: «lo que vas a ver a continuación, no es top».

 

Para misterio mi memoria a largo plazo. Me preguntáis lo que cené anoche y sería incapaz de responderos.

Tendría dos o tres años. Lo recuerdo como la primera vez que sentí miedo y… a lo sobrenatural. Estaba con mi chupete en la cama de mis padres (tan pequeño que era, dormía con ellos). Con solo asomar la cabeza veía el pasillo y, en el salón, mis temores se hicieron realidad: vi unos monstruos peludos. Eran color naranja. Aterrado, aparté la mirada e imploré que llegaran mis padres.

 

Muy poco después, ya dormía solo en mi cama. Ahí tendría entre cuatro o cinco años. Esta es una de las primeras pesadillas que recuerdo. Mis tíos vivían en un residencial que contaba con garaje subterráneo. En el sueño deambulaba por allí. No veía peligro alguno, pero sentía una presencia; presencia que, para ese niño, era el coco, el bute o el hombre del saco. La escena era similar a los Backrooms, solo que, en la pesadilla, un hombre al que yo veía como un monstruo, me raptaba.

Poco después, mis tíos me invitaron a su casa y, sobre todo, a bañarme con mis primas en la piscina del residencial. En un momento en el que salimos del agua y nos acercamos a la puerta de acceso al garaje. Miré a través de la cerradura porque intuía alguna relación con la pesadilla. Un ojo apareció desde el otro lado. Evidentemente salí corriendo. A mis 34, recuerdo con nitidez ese ojo.

 

No pasó mucho tiempo desde aquello. Es habitual que mamás que dan a luz el mismo día terminen por hacerse amigas, así como los propios bebés. En mi caso, recuerdo a mi amiga Luisa María y, en concreto, una de las visitas a su casa. Mientras nuestros padres charlaban en el salón, ella me hablaba de luces que se encendían y apagaban solas, presencias… Aquella fue la primera vez que escuché el término «fantasma». En su casa no fui testigo de ningún fenómeno; pero ese fue el detonante para que desde entonces comenzara mi predilección por el mundo de los espíritus y, en la ficción, por el género de terror.

 

Dentro de mi profesión, acompañaba a pacientes hospitalizados. Bien es sabida la fama que cobran los hospitales. Como hablamos en la parte anterior, las emociones del sufrimiento por el dolor y la muerte, así como la alegría de los nacimientos, quedan impregnadas. También se considera que las almas de los que allí fallecieron aún permanecen en las habitaciones en las que expiraron o deambulan por los pasillos. Y no solo pacientes.

En esta ocasión ya era por la mañana y me disponía a salir tras pasar la noche. Escuché la respiración acelerada de una mujer; incluso añadiría que joven. Yo tenía unos veinticinco y ya por entonces, estaba habituado a estos encuentros con lo extraño.

En lo sucesivo, una de las noches me quedé dormido. Aclaro —para quien le pueda resultar chocante—, que se permite una cabezada, siempre que, si el paciente te llama, te despiertes y actúes al momento. Continúo. Mi paciente contaba con los equipos de suero y en ese momento yo tenía los ojos cerrados, aunque no estaba dormido. Escuché que manipulaban las bolsas de suero, pero no oí entrar a quien fuera. Supuse que se trataba de una enfermera. Lo que me llamó la atención, una vez supuestamente terminó, fue no oír los pasos hacia la salida, y menos la puerta. Admito que me asusté y fui incapaz de abrir los ojos… hasta que, pasado un rato, los entreabrí. Enfrente tenía al paciente durmiendo la cama y allí no había nadie. No quise ponerme en plan investigador y aproveché el sueño del paciente para esa cabezada, hasta que… sentí un puñetazo en el pecho, por lo que al momento de incorporé. Allí no había nadie. Ya no había dudas. Tampoco había sido mi imaginación.

Hace no mucho comenté esta anécdota en redes y me respondieron que ese golpe supusiera un aviso. Quizás al paciente le pasaba algo y no era el momento más indicado para una cabezada.

 

Comentamos hasta la saciedad que Hollywood, e incluso literatura a caballo entre el terror y el horror, que a cuanto más screamers, cuanto mayor sea la espectacularidad, más terror causará en el público. Sin ir más lejos, en los mismos docu-realities, la credibilidad merma en función de dicha espectacularidad. Los entendidos en el mundo del misterio optarán por ver en estas investigaciones paranormales una suma de datos: mediciones de temperatura, campo electromagnético y lo que captaron las cámaras, las grabadoras o la Spirit Box. Con la siguiente experiencia os pongo en contexto: me arrimé a la mesa para cenar y me arropé con las enagüillas; tan cotidiano como eso. Al sentarme, el tobillo me quedaba al descubierto. Sentí una mano que lo agarraba. Fue breve, pero lo suficiente para recordar, aún hoy, que era cálida e incluso su tacto suave. No dije nada a mi familia. Con discreción, como a quien se le cae algo y se agacha para recogerlo, retiré las enagüillas y, al asomarme, como me imaginé, no encontré nada inusual. Tampoco hice un mundo de ello. Me tocaron y ya está.

 

El siguiente caso, bien amerita la imagen que encabeza esta parte. Estaba conciliando el sueño. Era de madrugada y noche de fin de semana. Oí los tacones de la vecina de arriba al llegar a casa.

No pasó mucho hasta que oí otro taconeo, aunque, esta vez… provenía de mi salón. Cerré los ojos y me tapé hasta arriba. No me asusté cuando me tocaron el tobillo y, sin embargo, esta vez la sugestión jugó su papel. Los tacones se aproximaban a la par que ella avanzaba por el pasillo. No distinguí entre la imaginación y la visión. En mi mente se formó la imagen de una mujer muy alta y piel de un blanco antinatural; lo que contrastaba con su pelo negro recogido en un roete y sus labios rojos. Purpúreo era también su vestido ceñido a su figura bastante delgada. Lo que más inquietaba era su rostro: inexpresivo y a la vez enfadado. Avanzó altanera y, para mayor congoja, se paró al llegar a la puerta de mi habitación. No la oí de vuelta, no pasó nada más. De hecho, imaginé que desaparecía allí al final del pasillo, al otro lado de la puerta de mi habitación. Podéis verla en la imagen que ilustra esta parte. 

Así fue como la visioné.

 

He aquí el caso que debió de cerrar la parte anterior. Como ya dije en la referida, hubo una época en la que me enganché a Buscadores de fantasmas y Buscadores de almas. Además, el conocido algoritmo de YouTube comenzó a recomendarme canales en los que se grababan desde investigaciones hasta exorcismos. No tiene cabida hablar acerca de la veracidad de este contenido. Os cuento lo que me ocurrió tras ver uno de los episodios de Buscadores de fantasmas. Era por 2015 y pertenecía a las primeras temporadas, el episodio en concreto, a un famoso hotel embrujado creo recordar que el Cecil de California. En la sesión de psicofonías apareció la voz de una niña llamando a su madre. Esa misma tarde, al poco de terminar el episodio, oí proveniente del patio de luz —especificaría que de la tercera planta— el grito de una niña y, para mi congoja, con la misma voz, dijo «mami». Os digo que, entre los vecinos de ese patio, no había familias y menos niños; menos con la misma voz que la de la psicofonía. Ahí comenzó todo.

Continué viendo esos vídeos y sugestionándome cada vez más. Engancharse a una serie, un videojuego o libro, nos resultará familiar. En mi caso, aquello se estaba convirtiendo en una obsesión al borde de lo patológico. Una cosa es el morbo que nos produce el terror y otra hipnotizarte. Incluso llegué a dar por veraz este contenido. Recuerdo uno de los vídeos con el clásico título que encontramos en YouTube, Demonio real en mi habitación, en el que un chaval se levantaba varias veces por la noche alertado de tal presencia. Al final, el supuesto demonio terminaba por agarrarlo de los tobillos y tirar de él hasta sacarlo a rastras. Si eso ocurrió en una habitación como la mía, llegué a creer que también podía sucederme a mí. Por las noches me costaba conciliar el sueño y, cuando lo conseguía, me despertaba. Por entonces ya conocía la leyenda de las 3:33 que en la Galicia mágica conocen como «A Hora do Demo». Sería casualidad que me despertara a las tres de la mañana; incluso algunas veces a la Hora del Diablo. Todas las noches. Llegué a dejar de mirar la hora porque me daba miedo.

Y después, de la sugestión pasé a la vivencia. Reconozco que suelo tener la habitación desordenada. Estaba una noche más en la cama, tratando de conciliar el sueño, cuando oí proveniente de un rincón en el que tenía cosas apiladas, varias de ellas caerse. Me llevé el sobresalto, y más en ese estado, pero tampoco lo atribuí tan a la ligera. Encendí la luz y al comprobarlo, no se cayó nada. Ya quedé con la duda: ¿Cómo es que lo oí?

Al poco comencé a sentirme acompañado por esa presencia que, quizá, la propia sugestión habría invocado. Y no solo acompañado. Me agobié hasta tal punto que me sentía pesado, apático y muy agobiado, convencido de que atraje algo demoníaco y, mi debilidad, constituiría una invitación al ente para que me poseyera. Por irrisorio que lo veáis…

Lo último de lo que recuerdo fue lo que más me impactó. Me eché en la cama a la hora de la siesta y, del piso que da pared con pared —entonces estaba deshabitado—, del otro lado de esta, provenían unos arañazos. Lo hemos visto en películas del género: oír que arañan la pared. Las supuestas garras del ente demoníaco es un clásico en este tipo de fenómenos.

Se lo comenté a mi amiga, buena conocedora de estos temas, y me aconsejó que dejara de prestarle atención. Pedí ayuda y compartí el caso en redes. La hermana de mi amigo me dijo que el desorden de la habitación, incluso tener cosas rotas, influía a la hora de atraer malas energías. Hice una limpieza a fondo y, además, como parte del ritual, dejé toda la noche un vaso de agua debajo de la cama. En lo sucesivo controlé la sugestión y lo que fuera se marchó.

 

Ocurrió algo muy curioso mientras escribía el capítulo 4 de En el nombre de Arcadia. Mensajes de ultratumba, titulado La Casa del Jardinero. Para inspirarme, aparte de lo ya mencionado, la música siempre juega un papel crucial. A menudo optaba un vídeo de YouTube en el que encontraba la ambientación sonora perfecta.

Hice una pausa y fui en busca de mi perro para jugar con él y acariciarle la panza. Apenas me vio, tomó posición de ataque y me ladró como si en mí, hubiera visto a un monstruo. Por un momento llegué a pensar que se abalanzaría. No pude evitar relacionarlo con la mencionada música y, aún más, con lo que escribí en ese capítulo. En verdad sabía qué vio o, mejor dicho, qué percibió. ¿Y sabéis algo más? Escribo estas líneas con la susodicha ambientación musical. Os dejo el vídeo para que la escuchéis… si os atrevéis. Procuro mantener la sugestión a raya. Como visteis en el caso anterior, aprendí la lección.

 

Quedaos con la forma en la que he narrado estas experiencias y los detalles en apariencia irrelevantes, como en el penúltimo caso, el desorden de la habitación que tenía relevancia. En la próxima y última cerraremos esta serie con las técnicas de escritura aplicadas al género de terror. Nos animaremos con dos microrrelatos: uno de ellos mal escrito a modo de anticonsejo. Se me antoja que os animéis a contar vuestras experiencias y, si queréis, podemos relatarlas en esta última parte. No os cortéis, ya que comprendo que es delicado hablar tan a la ligera de estos temas. Contadlo con la naturalidad con la que habéis observado aquí. Espero que contemos historias de miedo… vuestras historias de miedo.

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