sábado, 7 de octubre de 2023

¿Te atreves a entrar? PARTE I: La psicología del miedo

 


Octubre es el Mes del Terror, sencillamente porque termina con Halloween. El terror y yo vamos de la mano. Por ello quiero dedicar esta serie a compartir mi experiencia, tanto literaria como personal. ¿Personal? El final de esta serie relataré mis encuentros con el misterio. No estoy diciendo que creo en fantasmas; he experimentado fenómenos paranormales desde que tengo uso de razón; lo cual ha influido en mi interés por el mundo del misterio.

Comencemos. Obviamente, ni de lejos me comparo con Stephen King, Edgar Allan Poe o Lovecraft. Voy a compartir mis conocimientos acerca del terror y de qué forma suelo trasmitirlo (en la ficción, no penséis mal). Me limitaré a la escritura y no me extenderé, al menos demasiado, con el dibujo. Puedo decir que tengo la suerte de contar con seguidores escritores y expertos en el mundo del misterio. Ellos verán mayor interés, pero esto va dirigido a todos los que sintáis curiosidad. ¿Quién no se ha preguntado si existe el Más Allá? ¿Si tras la muerte se cumple «Polvo eres y en polvo te convertirás» o si el alma abandona nuestro cuerpo? Estas preguntas pertenecen a una mínima parte del vasto mundo del misterio. Hay gente que se pregunta qué pintan temas de historia, arqueología, psicología o criminología en Cuarto Milenio. Lo preguntan porque no conciben el misterio más allá de los fantasmas y los ovnis. Sin más dilación, entramos en materia.

Podemos diferenciar dos tipos de miedo: el que sentimos hacia lo desconocido (por ejemplo, los espíritus) y hacia lo tangible. Entre los mismos expertos prima una máxima: «Hay que temer más a los vivos que a los muertos». Suelo acudir a los ejemplos para explicarlo mejor.

Imaginad que cruzáis la calle y veis el coche que viene a toda pastilla. Tu cuerpo reacciona ante el peligro y activa mecanismos de defensa: se te eriza el vello, aumenta la frecuencia cardíaca, un hormigueo recorre tu cuerpo y por segundos te paralizas. Lo vemos de manera más exagerada en los animales que en la misma situación se encandilan; más en la oscuridad ante los faros de un coche. En esas milésimas de segundo tu cuerpo ha acumulado tensión que será liberada hacia los músculos para echar a correr. ¿Digo cruzando la calle? La mayoría habéis experimentado lo mismo como conductores.

Quedaos con esta serie de sensaciones. Podemos simplificarlo: el estrés, como mecanismo de defensa, activa un acto reflejo. En este caso ocurre algo interesante: no te lo esperabas. En la jerga del terror se llama en ficción el screamer; el susto. Vamos a complicarlo un poco más.

Vas por la calle de madrugada. Como se suele decir, no hay ni el tato. Lo normal es que vayas a paso ligero, mirando hacia todas partes, con la respiración agitada, deseando de llegar a tu casa para… sentirte a salvo. La sugestión va creando una atmósfera. Al doblar cada esquina imaginas que te van a atracar y sabe Dios qué te van a hacer. Con suerte saldrás con vida. Como en el caso de atropello, tu mente activa estos mecanismos de defensa. Puedes sentir los músculos de tus piernas cargados; están preparados por si tienes que echar a correr. Analicemos la situación: no está ocurriendo nada, sin embargo, el miedo es mayor y, peor aún, prolongado. En el caso del coche ha durado un instante; aquí la media hora o más que hay de camino a casa. En relación con la percepción del tiempo ocurre algo curioso: todo se ralentiza.

Por fin llegas al portal y estás buscando las llaves. El peligro está pasando. Sientes algo pinchando tu espalda. En ese momento prefieres el susto del coche. Ahí sí que no echas a correr, de hecho, te paralizas. Las piernas tiemblan. Un picor te recorre la espalda y, cuando llega a la nuca, lo sientes como una caricia. Es el escalofrío. Solo te queda rezarle a toda la divinidad para que salgas de esta. No puedes hacer nada porque sabes que a la mínima que te muevas, adiós. La tensión acumulada tenderá a liberarse mediante el grito, el llanto o la negación de la realidad. ¿Y la risa? Incluso bromear a pesar de la situación. Si nos fijamos, los tres citados mecanismos de respuesta no difieren demasiado. La risa es otro mecanismo de defensa que actúa como liberación del estrés y, aun más, nuestra mente nos engaña para hacernos creer que no estamos en peligro; para no acrecentar la tensión que sería lo último que podemos experimentar. De no hacerlo, sufriríamos una crisis de ansiedad. De todos modos, esa tensión se va a liberar; pero no queremos que lo haga mediante un infarto o un accidente cerebrovascular. Lo más increíble es que esto les hayan sucedido a espectadores en el cine… y no necesariamente viendo una película de terror. En internet podéis encontrar estas noticias.

Hablaba de miedo a lo tangible que vemos en los dos ejemplos. A esto se le conoce en ficción como thriller. A diferencia, en el terror aparecen fenómenos paranormales, extraterrestres o, en el campo de lo sobrenatural —conocido como «horror»—, criaturas como vampiros y zombies. Hay quienes en la ficción consideran el terror y el horror como subgéneros dentro de la fantasía al darse el componente metafísico. En mi opinión, todo lo que consideres un peligro te produce terror. Conocemos su máximo exponente, cuya palabra derivada no quiero ni pronunciar. Digamos «T-palabra». Y ahí no hay nada paranormal ni sobrenatural.

No es preciso hablar de miedo a los fantasmas o a los extraterrestres, sino a lo desconocido. Y no se diferencia apenas respecto a los ejemplos de corte realista. Expliquémoslo con otros.

Imaginad que estáis en vuestra habitación, en plena noche y no veis nada. ¿Sentís miedo? Si tenéis fobia a la oscuridad, sí. Encima acabáis de ver La Monja o El Conjuro y os ha sugestionado. La oscuridad es el símil perfecto para simbolizar lo desconocido. Hay otro factor que determinará si sentís miedo o no; vuestras creencias. No digo religiosas y ni tan siquiera en lo paranormal. El materialismo (consumismo es otra cosa distinta, no confundir) es una corriente filosófica que postula que solo existe lo que puedes ver; lo tangible y, por tanto, lo que la ciencia ha demostrado. Por esa razón, estas personas no creen en los espíritus, divinidades o existencia más allá del universo conocido. Por lo que hemos de descartar a las personas materialistas puesto que ni se van a sugestionar y menos asustarse. Aunque sí que podríamos dejarla con la duda. Me remito al ejemplo perfecto que escuché de una guía de las rutas de Córdoba Misteriosa. Seguimos en plena oscuridad. Estás en tu habitación y no ves tu armario, ni el escritorio y ni siquiera la cama. No lo ves, pero sabes que está ahí; que existe. ¿Y si hay un espíritu… o varios? Ni encendiendo la luz lo ves. Si acaso lo percibes. Pero del sexto sentido (no me refiero a la película) ya hablaremos en otra ocasión.

Si de por sí la peli de terror que acabas de ver te ha sugestionado es porque partes de una creencia; porque eres lo contrario a una persona materialista; porque crees en la existencia del alma; porque crees que un espíritu puede estar presente y ser invisible. Experimentas la misma sensación de miedo que quien iba de madrugada de regreso a su casa. Al igual que en ese caso, en tu habitación no está ocurriendo nada. Pero ya conocemos cuán poderosa es la sugestión; ese mecanismo de defensa que te prepara para el posible peligro que intuyes. En ese caso era el caco y en este que se te aparezca o que los libros se caigan solos de la estantería. En ambos casos es el mismo miedo. En ambos hemos creado la atmósfera por un mismo temor a lo desconocido.

Hasta ahora lo hemos ejemplificado en primera persona. Pero ¿y desde el punto de vista de un espectador o un lector? Sentirás miedo en función de cuánto empatices y te introduzcas en esa atmósfera, hasta el punto de creer que eres tú quien espera que el caco te asalte o el fantasma se te aparezca. Dependerá de la forma en que te lo muestren (recalco ese «muestra, no cuentes») y si el prota y tu compartís los mismos terrores. En esa máxima se ha articulado desde siempre la ficción de terror. Hagamos un repaso a su evolución.

En el S.XIX Óscar Wilde publicó El fantasma de Canterville como crítica al terror predominante hasta el momento. Ya no daban miedo los fantasmas que ululaban y arrastraban cadenas. La novela gótica pasó de moda porque a la gente les atemorizaban otras cosas.

Autores posteriores como H. P. Lovecraft, Poe y nuestro contemporáneo Stephen King, reforzaron lo que Wilde comenzó. El fantasma tipo Casper, se volvió cómico. Cambiamos los castillos, los monasterios y las casas encantadas por la propia psique humana. Volvamos al ejemplo de la oscuridad. Imaginemos que el fenómeno se manifiesta. Se aparece el difunto y nos llevamos el susto de nuestras vidas. Pero… ¿y si nuestra poderosa sugestiónlove ha proyectado nuestro temor? Podemos compararlo con los sueños vívidos que cuestan distinguir de la realidad. ¿En verdad se nos ha aparecido el difunto? No podemos afirmarlo ni atribuirlo a nuestra imaginación. No lo sabemos. Eso es lo desconocido; la duda que nos incomoda. Ese es el terror psicológico.

No podemos irnos sin llegar al fondo del asunto. Imaginad un bolígrafo que, en lugar de tinta roja pinta con sangre. El surrealismo es el rey de los terrores. Es la inquietud a la que nos referíamos, elevada a su máximo nivel. ¿Por qué un bolígrafo que pinte con sangre nos daría tanto miedo? Es un boli; al fin y al cabo, no un fantasma. Volvemos al miedo a lo desconocido. Nos preguntamos ¿por qué utiliza sangre y a quién perteneció?, ¿quién fabricaría algo así y con qué propósito? Da miedo, más bien nos inquieta, lo que no encaja; lo que no debería estar ahí. Esa es la base del mundo del misterio.

Para la próxima abordaremos el arte de trasmitir miedo (siempre en la ficción, claro está). Cómo podemos convertir algo tan cotidiano como pasear por la calle en algo terrorífico, y sin que ocurra nada extraño. En la próxima le daremos protagonismo a la atmósfera.

No hay comentarios:

Publicar un comentario