martes, 31 de octubre de 2023

¿Te atreves a entrar? PARTE VII: Vamos a contar historias de miedo

 


En esta parte final repasaremos y pondremos en práctica lo aprendido. Aunque no hay mejor práctica que ponerse a escribir; fallar y aprender de los errores; y como no, de los maestros en el género. Vayamos de principio a fin.

Recordemos que el terror debe ser algo accesorio dentro de una historia perteneciente a otro género que combine; por ejemplo, el thriller. Comienza por algo cotidiano para conseguir tan primordial empatía y no solo con los personajes, sino también con el espacio y el tiempo. Presenta a los personajes y saca a relucir sus virtudes y sus defectos; sus miedos. No importará lo que le pase después a Fulano si no lo conocemos. No nos olvidemos de la ambientación. Describe los espacios y trasmite su atmósfera; sin pasarte, que no se trata de replicar la literatura barroca del S. XVII. Aprovecha aquí para introducir inquietudes. En El Resplandor tenemos el ejemplo perfecto: el Overlook se nos presenta colorido; desentona; lo que causa dicha inquietud. Continuando con la novela del maestro King, nos da la sensación de que la historia no termina de arrancar; pero comprendes que es necesaria una presentación exhaustiva de los personajes; en especial a nivel psicológico, pues es fundamental para la trama. También al principio observamos que apenas ocurren fenómenos y, de haberlos, son tan sutiles que pasan inadvertidos. Lo que conseguimos es acumular tensión en el espectador o lector. Este espera que pase algo: el susto. Y, lo más importante, respetar el crescendo de esa tensión.

En algún momento tendremos que relacionar ese atrezo sobrenatural con la trama. Por ejemplo, una historia comienza con el protagonista al que le detectan una enfermedad terminal. Por otra parte, aparecen los fenómenos paranormales que experimenta en su casa. Tras profundizar en los personajes y la ambientación, casi a la mitad de la historia relevaremos que los fenómenos son la manifestación de familiares fallecidos que están junto al enfermo. En resumidas palabras, lo están preparando para el momento en el que se reúna; el momento de su muerte. Eso supondría el primer cambio de giro que toda historia ha de tener. Con ello, el público desahogará parte de la tensión acumulada e, importante, en el momento exacto. En adelante, indicamos que la historia irá en crescendo; tanto en habitualidad de los fenómenos como en magnitud; se espera que lo próximo sea más espectacular que lo anterior. Mantén la credibilidad y procura que el que está al otro lado de la ficción no pase del miedo a la risa. Huye de los clichés: el psicópata con la motosierra. No todos los fenómenos se limitan a objetos que se mueven, puertas que se abren o la cómica dama de blanco que se aparece a los pies de la cama. Sé original y recuerda mi experiencia, la cual conté en la parte anterior. Recalco que fue real. Si quieres inspirarte, son todo tuyos.  

Da importancia al terror psicológico. Si optas por el horror sobrenatural, conjuga muy bien. Os pongo en el supuesto. Si aparecen zombies u orcos —por qué no—, la credibilidad es mucho menor que si se trata de un fantasma. Un zombie puede existir, igual que las sirenas. No os preocupéis, no desvarío. Las sirenas existieron en el arte de la antigüedad: mosaicos, literatura y pintura. Existieron, al fin y al cabo, ¿no?, aunque fuera en el folclore. Un zombie podemos presentarlo bastante realista; incluso los personajes pueden interactuar con él. Este ser puede existir en la mente. Pero claro, si le damos una explicación lógica, se termina el terror. Todo era producto de una alucinación y fin de la historia. Bueno, podemos darle otra vuelta de tuerca. ¿Y si algo es lo que interactúa con su mente y le hace ver a esas criaturas; las mismas alucinaciones? ¿Un ente demoníaco, tal vez? ¿Se trata de alguien bajo ese disfraz de zombie? ¿Está bajo los efectos de alguna sustancia? Con estas preguntas debemos jugar para trasmitir el terror que pretendemos. En la segunda parte del relato, estas cuestiones bien podrían acrecentar la tensión para ser liberada en un segundo cambio de giro que nos llevaría al desenlace. Podemos meter más de dos cambios de giro, pero, como todo en la vida, hay que cuidarse de los excesos.

En este punto sería conveniente mutar el estilo a la par que lo hace la historia. Me explico: al principio empezamos con un lenguaje claro y sencillo. Comenzamos con una historia de corte de realista en el que apenas encontramos elementos sobrenaturales. La proliferación de estos influirá en cómo narremos dicha historia; cuando aparezca el suspense como preparación al screamer o el clímax. El suspense, muy ligado al propio misterio, es vital en el género de terror y debe aparecer a su momento; ni antes ni después. Aquí se trata de trasmitirlo mediante las palabras; lo que lograremos con frases muy extensas. En la parte anterior utilicé este recurso al narrar una de mis experiencias. Exageremos un ejemplo para que podáis reconocer este recurso en adelante: «Recorrió el pasillo y, al final, se apreciaba en la oscuridad, junto a la puerta, una melena encrespada que asomaba tras el marco y, al momento, una cara pálida apareció». Tampoco pasarse en extensión y, ante frases demasiado largas, indicaremos los incisos mediante rayas largas o paréntesis si se trata de un comentario independiente a la unidad gramatical. Queremos captar la intriga del lector, no que se pierda y abandone el relato. Os cuento algo al respecto del ejemplo anterior: mientras lo escribía resonaba en mi mente la voz sinigual de Primitivo Rojas; quien locutara los relatos de Teo Rodríguez. El mencionado autor tuvo influencia en mí para utilizar este recurso.

Y llegamos al clímax. Aquí se libera toda la tensión aún acumulada desde el primer acto, la cual se acrecentó en el segundo, además de nuevas intrigas en caso de haberlas introducido en dicho segundo acto. Lo importante es que el lector o espectador tiene que llegar al tercer acto mordiéndose las uñas y acordándose de ti por el mal rato que le estás haciendo pasar. Está implorando que todo acabe; que llegue ya el susto o muera alguien; que se desvele el misterio.

Aplicado a la escritura, no olvidemos que estaremos ante escenas de acción que, como en cualquier otro género, cumplen el mismo objetivo que es liberar tensión. Para ello emplearemos frases cortas e iremos al grano en todo momento; nada de sacar al lector o espectador de ese estado que le hemos creado desde la previa fase de suspense; nada de supercherías y aporte de información innecesaria. Escribir es como al conducir escuchar el motor del coche; te pide lo que necesita. En este caso combinar con frases largas y medianas. Lo que el autor perciba: ritmo, sonoridad e incluso emociones, será lo que trasmitirá al lector o espectador.

En el clímax vemos el equivalente en fantasía o histórica a la batalla final. Por ejemplo, en Poltergeist nos situamos en el momento en el que todo mueble y toda puerta se vuelven locos y la madre de Carol Ann acaba en la excavación de la piscina con los restos humanos emergiendo del lodo. Pero esta traca final se ha convertido en un cliché. ¿Entonces en nuestro relato? Según el crescendo; la aceleración. Un coche que acelera de 0 a 100 en un segundo, es poco o nada creíble, ¿verdad? Y a propósito, no tenemos por qué llegar a 100. Recordad siempre que menos es más. El buen final es aquel que resuelve el nudo que conforma el segundo acto. La espectacularidad irá en función del tono y del avance que haya tenido la historia. Si en el segundo acto los fenómenos paranormales ya eran considerables, entonces sí que en el tercero deberán ser aún más espectaculares. Como si esto fuera una fórmula matemática, = espectador o lector se siente defraudado y concluye en que el final ha sido una M-palabra.

También le frustrará si dejamos un final mal abierto. Este tipo de conclusiones para una historia, y más las de terror, quedan muy bien, siempre que cierres la trama o las tramas y dejes como incógnita una cuestión secundaria. Ejemplarizamos sobre un final abierto fatal: «Un resplandor se colaba por las rendijas de la puerta. Fue a abrir y, lo que encontró… FIN». Lo he vuelto a exagerar como en el ejemplo anterior. ¿Y…? De nuevo el espectador o lector calificará el final, o incluso toda la obra, con M-palabra. Esto lo harían al pretender que se pregunten «qué encontró». Un buen final abierto que cumpla su función en quien ve o lee tu historia es el que los deja con preguntas tales como «¿todo ocurrió en su mente o fue real?». Esto lo vemos —y vemos que funciona— en Inception de Christofer Nolan al dejarnos con la duda en esa escena final en la que el tótem sigue girando, por lo que deja la incógnita de si todo fue un sueño u ocurrió en la realidad. También —no necesariamente como parte del final— en Harry Potter y las Reliquias de la Muerte en el capítulo Kings Cross cuando Harry le pregunta a Dumbledore si es real o está ocurriendo en su mente. El profesor evidencia que está ocurriendo en su cabeza, pero ello no significa que sea irreal. ¿Nos suena al ejemplo del zombie como alucinación?

Y si tu obra cala, estas cuestiones darán lugar a teorías. Tu obra le importará al público y quedará como algo memorable; incluso te pedirán secuelas que respondan a estas incógnitas.

Ha llegado el momento de pasar de la teoría a la práctica; de contar las prometidas historias de miedo. Por cierto, antes un apunte un tanto cómico, pero cierto. Me remito una vez más a un capítulo de Los Simpsons. Imaginad las historias de miedo que se cuenta en las noches de acampada, alrededor de la hoguera, a la vez que asan nubes. El referido capítulo es ese en el que el Sr. Burns está en el campamento para multimillonarios, cuyas historias de miedo, tratan de aquellos que perdieron toda su fortuna. Ya digo que parece cómico, pero no tanto como parece. El mayor terror de alguien que vive por y para amasar todo un capital, es perderlo y acabar en la ruina. El terror no se limita a lo sobrenatural. Cabe reiterar que da miedo lo que nos resulta familiar.

Y ahora sí que vamos a poner en práctica la teoría; vamos a contar historias de miedo. He aquí el prometido microrrelato:

 

Aquel restaurante se granjeó una buena fama. En ningún otro degustaban sus especialidad: carnes con un sabor y textura que bastante distaban de la manida ternera, pollo o cerdo. A unos amigos le sirvieron sendos platos en donde humeaban filetes, aunque, a diferencia de las mencionadas carnes, carecían de aroma. Al trocearla, ya apreció su ternura. Aunque poco jugosa, al paladar suponía una delicia como nunca había probado. Era muy dulce. Alguno bromeó al decir que le echaron azúcar.

Uno de los chicos, al llegar a casa, ya se aquejaba del estómago. Pensó que la carne estaba en mal estado. Eso explicaría el inusual sabor dulce. No pudo ni desvestirse, pues apenas entró en caso corrió hacia el baño.

Comenzó a sentir mareos, escalofríos y a sudar. Se metió en la cama, rogando por no pasarse la noche con frecuentes visitas al baño o, aún peor —y viviendo solo—, necesitar auxilio. Se arropó hasta la cabeza, tiritando, encendido en fiebre. No supo si se durmió o perdió el conocimiento. No distinguía la realidad de la alucinación. No sabía si despertó en su habitación o era víctima de un sueño vívido.

Preso de sí mismo, en pánico, no halló fuerzas para incorporarse —y menos gritar— cuando, a los pies de su cama, una chica lo miraba con ojos negros… vacíos. O, mejor dicho, el cadáver de una joven.

El fondo de la habitación se iluminó y, en lugar de mostrar la estantería, aparecieron las puertecillas de los depósitos de una morgue. La chica ocupó la mesa de autopsias. Entró el forense en compañía de otro sujeto. Al chico le sonaba. Se le revolvieron las entrañas cuando lo recordó; lo que le hizo sentir más ganas de devolver, esta vez, del asco. El forense le amputó una pierna y… fileteó tanta carne como pudo, la cual, terminó en la nevera que portaba el sujeto del restaurante.

 

No es que me compare con Stephen King, pero ese es mi estilo y, claro está, mejorable. También os digo que ha sido algo improvisado. Es un microrrelato de 315 palabras y se centra en la acción; no da para profundizar. Analicemos lo que nos interesa: comenzamos con una escena cotidiana y presentamos a los personajes —en este caso nos centramos en un protagonista—; con «inusual sabor dulce» introducimos al principio e introducimos el misterio/suspense al indicar que algo no encaja; Al sentir malestar ponemos en duda —esa inquietud— si le ha sentado mal la cena o el motivo es el que esperamos a sabiendas de que estamos tratando terror. Hemos acrecentado la tensión para liberarla en el clímax y, a la vez, aplicamos otra inquietud que liga con el terror psicológico al dudar entre una visión en sueños o un delirio a causa de fiebre —lo que tendría una explicación lógica, nos aliviaría y se terminó el suspense— o tal vez una aparición real. Y terminamos aplicando el muestra, no cuentes, al plantear que el sujeto del restaurante se servía de carne humana; visión que el espectro de la joven le otorga al chico. Po cierto, la descripción de la carne está sacada de testimonios de caníbales, los cuales encontramos en internet. Con esto hago hincapié en otro aspecto tan crucial como el dominio de la lengua o el género: la documentación.

Sirva para ilustrar lo más básico. Y mejor lo haremos al compararlo con este otro relato:

 

Unos chavales saltaron la paredilla del cementerio de su pueblo. Era la Noche de Halloween y consideraron apropiado pasar algo de miedo. Las cruces y demás monumentos funerarios se recortaban sobre la luna llena. Un muchacho jaló de la sudadera de su amigo, pues advirtió escuchar el aullido de un lobo. Entraron en pánico. Creyeron que un hombre lobo merodeaba por allí. Pero ese no fue su mayor temor. ¡Gritaron! Salieron como alma que lleva del Diablo. Las tumbas se resquebrajaron y los muertos salieron de ellas, con los brazos extendidos y emitiendo terroríficos alaridos. A uno le oyeron balbucear «cerebro».

¡Gracias a Dios! El sepulturero pasaba por allí, candil en mano. Cómo no, vestía una túnica negra y la capucha ocultaba su… ¡calavera! Los muchachos corrieron hacia la cancela. ¡Estaba cerrada! ¡Nooo! ¡Se daban por muertos! Apretaron sus espaldas contra los barrotes oxidados, aún más asustados ante lo que se acercaba: la dama de blanco. Los chicos temblaban de susto, al borde del llanto. Lo que no imaginaban, era que la mujer fantasma introdujera en la cerradura su dedo cadavérico y, para espanto, abrió la verja como si la uña fuera una llave. Los chicos se fueron de allí y no se atrevieron ni a mirar. El espectro desapareció.

 

Lo más gracioso es que escribir esto haya sido lo más difícil de todo en las siete partes. He pensado en mil relatos, pero eran demasiado buenos. No soy pretencioso y, repito, ni mucho menos Stephen King. ¿Sabéis por qué me ha costado tanto escribir un relato malo? Porque no tenía referencias. He consumido terror con un mínimo de calidad. Para este reto he tirado de clichés: luna llena, cementerio de noche, hombre lobo, zombies, la copia barata de la Parca y, mi favorito, la dama de blanco. En cuanto al último, hasta expertos en el ramo bromean con la posibilidad de que en el Más Allá en las tiendas de ropa solo vendan túnicas y camisones blancos.

He incluido a propósito el contar en lugar de mostrar. Quiero resaltar con esto algo que pongo en evidencia: palabras como «terrorífico», «escalofriante», «espeluznante» o «susto», en este género están más que prohibidas. Y si podéis evitar «pánico» o «miedo», mejor. De lo contrario el lector o espectador pasará del miedo a la risa. Recordad que el terror se trasmite describiendo las emociones. Si dices que el personaje sintió un dedo le recorrió su espalda desde la nuca, quien esté al otro lado de la ficción sentirá ese dedo acariciando la suya o, lo que es lo mismo, un escalofrío. Y para bordarlo, os aconsejo practicar con algo, a priori tan absurdo, como es el juego del Tabú.

En cuanto al final, he querido ridiculizarlo al ser el fantasma quien les hace el favor de abrirles la verja; encima, a falta de llave, con su larga y afilada uña. También he acentuado esa redacción nefasta, llenas de exclamaciones con la intención de contribuir a la acción. Ese «¡Nooo!» ha quedado épico.

 

Decía que el relato de pega ha sido lo más difícil, pero llegado el momento del punto final, veo que la despedida cuesta aún más. Me he dejado muchos ejemplos y conocimientos en el tintero; de otros he desistido por sintetizar. Como ya explicaba en las primeras partes, a pesar de todo lo tratado, tan solo hemos explorado la punta del iceberg de lo que supone el mundo del horror, el terror y, en definitiva, del misterio.

A quienes me hayáis leído, gracias. Sin saber qué os ha parecido, como no me callo ni bajo agua, y tampoco puedo contener a esta mente que siempre anda maquinando mil proyectos, os adelanto que ya estoy tramando una futuras series, una conjunta sobre fantasía y ciencia ficción y otra acerca de la literatura como mercado y el tratamiento de los autores como marcas comerciales. Con vuestras opiniones acerca de esta serie que termina o sin ellas, ya se andará.

Ya para cerrar, en principio os parecerá irrelevante que anoche asistiera a una ruta —y nocturna— por el cementerio de la Salud de Córdoba, organizada por la ya conocida Rutas Misteriosas y con la colaboración de CECOSAM (la empresa municipal funeraria de esta ciudad). A un servidor, que es tan impresionable, le caló el mensaje que nos trasmitió el guía. Si habéis llegado hasta el final y no habéis abandonado esta serie, es porque el tema de la vida más allá de la muerte o más allá de nuestro planeta nos interesa, y mucho. Desde la prehistoria hemos creado una cultura en torno a la muerte e incluso le seguimos ofreciendo culto. Pero es en la vida en lo que debemos centrarnos; vivir el presente; considerar que cada mañana al despertarnos abrimos un regalo. Procurar no enemistar. En ese cementerio, gente contraria por ideologías o porque fueron enemigos en la guerra, estaban enterrados al lado o enfrente. ¡Qué irónico!, ¿no? El cementerio es el símbolo perfecto de la igualdad. La muerte nos iguala a todos. Ya nos llegará el momento de encontrar la respuesta a la eterna pregunta. Aquellos que yacen en el sueño eterno, quizás pensaban en guardar para el mañana; en posponer algo para mañana y… llegó un día en el que no hubo un mañana para ellos. Y he aquí las palabras con las que el guía concluyó la ruta, mientras paseaba la mirada por el mar de lápidas y bosque de cruces; enfatizaba: «Aquí se termina todo».

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